Es de noche y el bus se mueve un tanto. Recién ahora cuando escribo “el bus”, se me ocurre que me podría haber ido en tren. Habría sido distinto: el ritmo, el sonido profundo, la sombra a través de la noche. Pero bus, y uno que otro celular que rompe la oscuridad, y un aló. Y en el asiento de al lado una señorita policía que no pagó pasaje (mostró que era policía), y la luz se enciende cada cierto rato para despertar a un pasajero, y la señorita policía que se bajó en la mitad de la nada, y la luz se apaga y se enciende, y qué bueno que a ratos se encienda porque la verdad no veía las teclas y escribía puros jshrgkcjnas. Pero es bueno también cuando se apaga, porque es casi el tren, y se ve la luna por la ventana del otro lado, y también el bus -sombra más solitaria y errática- cruza la noche para llevarme de viaje. Casi vale la pena extrañar a novia-Ber y tener que llegar a averiguar dónde carajo está mi hotel, pueblecito que conozco apenas, y al que voy a llegar en medio de la noche. Casi vale la pena porque se apagó la luz y el bustren cruza la carretera al sur. Y eso es como una sonrisa o un guiño en medio de tanta cosa sin ojos. En medio, bien digo, de TANTA cosa.