Llegué tarde (casi siempre llego tarde), así que tuve que esperar casi una hora, pero no me importó porque no me iba a perder la oportunidad de esta vez sí subirme por la escalera empinada y cortita, tres escalones, mochila, maletín, guitarra. Asiento 50, segundo vagón. Ahora sí voy en tren, y cruzo los territorios de mi infancia, y este tren es al mismo tiempo el tren en que viajábamos con mis papás y mi hermana guagua a Río Bueno cuando mi hermano todavía no existía, es el tren que se descarrila en último libro de l.c.d.N, es el tren de los campamentos scout, es el tren de nueces para el amor y el de la canción de Drexler (“mira, sho aquí me bajo, sho dejo el tren en esta estación…”) Este viaje es un signo: las cosas pueden hacerse mal, más o menos, o bien. Yo las hago, primero más o menos mal (me fui en bus, pudiendo irme en tren) y después casi bien (vuelvo en tren, una hora de retraso pero en tren) Aprendo tarde, pero aprendo. Curiosa plasticidad la de mi sistema nervioso. Y así con las neurociencias.

(foto: “tren de madrugada”, Diego Manuel)