¿Adonde va tu pueblo tristealegre,
adonde se dirigen cuando parten
en balsas y en pelota hacia una playa donde nadie los llama
ni los quiere?

Se van al paraíso de los dólares,
al intestino de los tiburones
que se los comerán de todos modos,
más temprano que tarde.
Estás enfermo,
padre tirano, hermoso y vigilante,
que te sacas la cresta por los sueños de un pueblo que se escapa.

¿Qué te asusta? ¿qué quieres
en esta obligatoria soledad de monarca?
Padre severo y tosco,
incomprendido,
lloras por los que se lanzan a las aguas buscando libertad y encuentran muerte,
si fueras veinte años más joven te habrías derrocado hace ya tiempo.
No te soportas ver en las noticias.

Yo no sé bien cómo tendría que haber sido
para que no acabaras siendo la pieza de un museo
no absuelto por la historia ni por nadie,
pero te compadezco,
así como yo sé que te lamentas tú frente al espejo,
cuando te ves cuarenta años más viejo que feliz.

Tu pueblo tristealegre se aleja en una balsa
del sueño que dibujaron a pulso y a balazos en medio de la selva
con Ernesto y los otros que murieron,
tarde o temprano los viejos tiburones repoblaron las aguas y volvieron,
recargados de láseres atómicos.
Cuando cierres los ojos, comandante,
que el Dios en que no crees
nos ampare.