Me gusta la palabra borde, porque tiene un sonido suave que agrega una como ternura a esta idea de límite, de frontera que separa una cosa de otra, que traza la línea que divide el ser y la nada. Tiene algo de la redondez de la palabra burbuja, ese tipo de ternura. Y al mismo tiempo es de una fuerza y una consistencia tremendas.

Pero es la idea lo que más me inquieta, eso que está en el límite microscópico, en un punto intermedio, indefinible. Esa sensación como de que todo límite es arbitrario e ilusorio y que habitamos un gran continuo que conecta en sentido semántico y físico tu boca con la mía, por decir algo, mi mano y tu mentón, tu pelo y mis dedos, tu pie y mi pie. Tu algo y mi algo, lo que sea: nuestros cuerpos, materia que ocupa un sitio encajado en tres dimensiones, cuatro con cueva. Y eso que está donde se acaba la magnitud de la cosa: su borde. Esa huevá esquiva y hermosa, la superficie por donde paso la mano cuando te toco, lo que es tu forma pero ya no eres tú.

Mi hermano tiene la costumbre de responder a casi todas las preguntas con “casi” y siempre pienso que no hay nada más cierto. Ha dado con una clave que tiene que ver con todo esto que no sucede nunca y que está del otro lado de la realidad, pero siempre a punto de pasar, siempre casi, siempre viniendo. Es la realidad de lo que pudo haber sido y no es, del qué hubiera pasado si y todo ese coñazo insostenible e inasible. Y que, por la cresta, es una herida abierta que produce un dolor tremendo. Otra vez, el borde.

Te miro a los ojos con una profundidad carente de bordes y parece que en ese gesto se disolvieran todos los límites por completo. Me despedía de tí siempre pensando en ese beso al borde, al borde de los labios, pero en el fondo al borde de ser otra cosa, una pista, un límite que se pisa y que tiembla. Terrible beso que no es nada, y es todo lo que siempre tuvimos y no hay más, entonces aferrarse a ese momento agónico como al borde de una cornisa para no caer, para no perder del todo la posibilidad de poseer tus labios en ese beso que en alguna dimensión paralela nos dimos y que nos damos. Y el primero fue en el auto que ahora me robaron, y ahora los recuerdos solamente están en la piel y en ninguna otra parte, y es en ese momento donde estas mujeres son todas las mujeres y cuesta tanto saber cuál es el borde. Dónde está el límite natural que me permitirá no confundir tu boca con tu boca, y besar de un lado o de otro ese borde que es límite y es frontera, frontera que se cruza, que se abre y que asusta.

El borde es esa fábrica de vértigo que trato de agarrar y se me arranca. Y en un intento de racionalizar el beso, la distancia, la mujer, paso mi mano por sobre tus contornos, trato de saber qué es esto, dónde está, cómo entenderlo, y sobre todo hasta cuándo cresta.