Puedo empezar, mejor dicho, a escribir de todo.
Por ahora un proyecto de post-doc, una tesis de Pe-hache-Dé,
uno que otro post, un flujo incesante de tuiteos, una melodía para religar
o para corromper.
Reiterar en mi escritura eso que está pasando en cualquier lado,
recóndito rincón escondidito o
iluminada luminaria pública.

Yo puedo regresar,
repetir en mi idioma lo que pasa allá afuera,
asomarme a lo que escurre de adentro por estas cavidades de la cara.

Ahora que supervivo entre tragedia y tragedia,
en el feliz espacio del que está a punto de nacer a algo bello,
con los pies en el barro siempre y de todos modos, oscurecido por una vergüenza evolutiva,
puedo escribir palpando lo que sea,
versificando la prosa prosaica de una versión del verso que perdió el horizonte del ritmo de sus padres.

Estoy impresionado con los sismos enormes, con las inundaciones,
con la fuga y el fuego radioactivo, y con el bombardeo sobre Libia,
con el derrumbe de la concesionaria poderosa que a veces se atribuye la representación exclusiva de Dios Nuestro Señor, en lugar de ser mamá y profe como su vocación indica.
Impresionado del dolor del abuso, del dolor de la pobreza,
de la herida de la marginación,
de la irracionalidad para tomar pose sin haberse parado a pensar qué carajo haces ahí.

Puedo escribir de nuevo sobre eso, sobre vos,
y sentir que las teclas del computador van haciendo crecer el musgo que cubra el relleno sanitario.
Para que empiece todo nuevamente.