(reporte desde el sur)


Escribo y escribo, como tratando de que no se me escape lo que se me -inevitablemente- escapa. Escribo tratando de asirme a través de la novela al universo material, o por último de asirme a mí mismo a través de la novela, y es atroz saber absolutamente todo el rato que se-me-arranca-el-yo-mismo, que me-me-arranco. Sombras de gente que conozco y que desconozco aparecen en el relato como fantasmas, como resacas de realidad: gente de otras novelas y gente de la novela esta, en la que estamos descritos escribiendo. Es una cosa bien rara todo eso de estar descritos escribiendo, que es como que se concilien los conjuntos con sus respectivos subconjuntos, que volviendo al origen se vuelvan a conciliar. Que se reconcilien. Un pedazo de novela:

Sonó el timbre y la cara de Antonia apareció un poco ovalada cuando Julio la vio por el ojo de la puerta. Él abrió y Antonia apareció sentada en el sillón blanco, preguntando entre otras cosas qué tal, cómo va la vida, cuéntame algo, qué hiciste hoy. La verdad es que no mucho, fui a ver a Valdivieso por un dolor de guata, me puse a llorar como un idiota en el hall del hospital y no me acuerdo de mucho más, creo que después de unas horas se aburrieron de mí y al final me trajo la Magaly en auto hace un rato. ¿Quién es la Magaly? -los ojos de Antonia se clavaban en los de Julio y él estaba paralizado-. Mi secretaria –dijo, soplándole la chasquilla-, no seas celosa (ahora mismo estaba pensando en que se parece bastante a ti). La verdad es que no había en ello ninguna novedad, de hecho podría decirse que todas las mujeres que había amado, y en general todas las mujeres que siquiera habían captado la atención de Julio podían resumirse en Antonia y su chasquilla, su manera de dejarlo plantado cuando él se había deshecho de todos los compromisos formales para verla y, por supuesto, también la manera como lo miraba a veces con una profundidad que a Julio le parecía pura poesía y que a veces venía a dar a la boca de Antonia que le encajaba alguna de esas palabras sencillas e infantiles, dejándolo con la costilla izquierda herida mortalmente. Antonia nunca escribió más de una que otra carta (no le gustaban los correos electrónicos, y siempre le ponía muchísimas estampillas a los sobres), lo suyo eran más bien las artes visuales, pero cada uno de esos objetos anacrónicos y pesados por la cantidad absurda de estampillas estaba lleno de una poesía aguda y sencillísima, dispuestas las palabras en los renglones de una manera que sugería un ritmo propio y con una letra pequeña y asombrosamente parecida a la suya, como siempre.