Hace unos días estuve bien encerrado en una gruta oscura, de la que solamente me sacaba a ciertas horas afortunadas la voz de novia-Ber. Ella es, como siempre, una tregua contra todo lo otro, lo que hace hundirse las patitas en el sustrato por el que se anda. La gruta se aclaró con los días y con los intentos serios de llevar hasta ella una buena bombilla de luz artificial, aunque actualmente la presencia de energía eléctrica solamente ha conseguido acumular ruidos molestos. A ello se le puede sumar el agravante de la partida de novia-Ber a un campamento. Hay humo en el interior de la gruta.

Sin embargo basta asomarse apenas de la gruta, e ir por ejemplo a la misa de domingo para constatar que el evangelio de hoy era San Lucas, capítulo 4, versículo cómo-me-voy-a-acordar, en el que nuestro protagonista de la novela va a la sinagoga y saca el pergamino de la lectura, lo abre y lee el pasaje que dice “el espíritu de Dios está sobre mí y me ha ungido para dar la buena noticia a los pobres, anunciar a los ciegos que van a ver, a los cautivos su libertad y a declarar el tiempo de gracia”. Como es natural, después de cerrar el libro, todos los judíos de la sinagoga lo miran con cara de y-esto-qué-fue. El joven comienza a hablar diciendo: “hoy se han cumplido estas promesas en frente de ustedes”, y se sentó. Brígido. Y mientras hace unos días se necesitaban cincuenta focos halógenos para iluminar la gruta oscura y ultimamente bastante ruidosa, ayer había silencio mientras yo en el Budapest solo-solo-solo leía hasta el final un libro de Kenzaburo Oé, y ahora hay un ánimo inmenso de ir mañana a trabajar, y pensar y cultivar neuronas septales (y pa’ que les voy a dar la lata de contarles el experimento de mierda que llevo un año tratando de que resulte y parece que ahora sí, por fin). Y no solo hay ánimo, sino que también una semilla de confianza, de disponibilidad para lo que este Dios brígido ofrezca mañana. Y esta noche me ofreció escribirles a ustedes sobre lucas cuatro, y un par de cervezas, una Kunstmann Bock y una Budweiser. Al otro lado del patio oigo a unos gatitos jugar con los damascos que cayeron del árbol, y entonces, mirando la gruta pienso en el libro de Oé y digo en voz bajita “anunciar a los cautivos su libertad” y suena una especie de crack, y varias cosas se alinean y hacen sentido. Brígido.