(o “de secundarios a protagonistas”)

Preciosas antípodas.
Treinta y ocho años años de distancia y casi nada en común, salvo el envalentonamiento progresivo de una juventud que hierve en dese
os de hacer carne aquello de que otro mundo es posible.

Estamos presenciando un hito histórico que amenaza en convertirse en una revolución desde las aulas, desde lo que siempre debieron haber sido las aulas: espacios de crítica, de confrontación a una realidad que puede con libertad soñarse, planearse, exigirse. “La imaginación al poder”, decían los veinteañeros que hace casi 40 años se tomaban la Sorbonne: todo es posible, este es el comienzo, debajo de los adoquines aún está la playa. Hoy los secundarios se tomaron no sólo sus colegios, sino su país. Tomaron por la solapa del terno a los ministros y parlamentarios y les enrostraron la brecha grotesca entre la educación que queremos y la injusticia desproporcionada que mantenemos. Los universitarios se están sumando, recién comprendiendo a cabalidad la inmensa explosión revolucionaria que este gesto significa, el verdadero sentido de la cháchara manoseada de que la historia es nuestra, y la hacen los pueblos. Vienen a unirse los obreros, los profesores, la CUT.

Con esto se abolió por completo esa idea imbécil y autocomplaciente de que los jóvenes no estábamos ni ahí con la política. Al revés, Chile está recién volviendo a echar raíces y son esas raíces jóvenes y no otras las que se lanzan al cuello de los poderosos, y apretaron para que se despejara la neblina, para que las reformas a la constitución dejaran de ser elementos meramente cosméticos. Fueron estos puños chicos y pálidos los que convocaron al país en torno a un acto cívico mayor que cualquier parada militar o cualquier jornada de elecciones. Este es el tiempo en que la política se despertó de su letargo, se metió a las escuelas públicas, a las universidades estatales y privadas, en que los que no se paraban nunca, se pararon indignados y seguros de que este es el tiempo propicio para cambiar el mundo, para levantar los adoquines.

Han pasado 38 años y no hay un Sartre que intervenga a favor de los adultos. Al contrario hay una repetición maravillosa de cientos de Cohn-Bendit urgiendo por tener el país que soñamos.
No es la PSU, ni el pase escolar. Es la constitución (la LOCE, pero mucho más que solamente la LOCE), es el criterio y el modo que moviliza las políticas públicas, es el estado garante de equidad, de justicia, de desarrollo y de libertad para escoger la propia vocación.
Estos protagonistas (acostumbrados a los roles secundarios) se tomaron serio esa libertad y ejercieron su vocación de políticos, de revolucionarios

Y nos tienen celebrando el Mayo Chileno.
Aunque debajo de los adoquines no hubiera nada,
aunque el resultado no pasara de un acuerdo de solución a las demandas específicas.

Hay un síntoma evidente e innegable:
otro mundo es posible