Antes la culpa siempre la tenían (teníamos) los comunistas. Después, cuando por alguna extraña razón ya no todos los jóvenes eran comunistas, entonces la culpa la tuvimos los jóvenes. Derribado el mito del no-estoy-ni-ahí: ahora la culpa la tienen los milicos.

Es cierto, no digamos que lo mejor de la sociedad está en las Fuerzas Armadas, ni que el pasado inmediato propicia la mejor de las imágenes. No digamos que el ejército es una institución libre de corrupción, conflictos de poder o decisiones terribles que terminan en tragedias; pero más bien me da la impresión que es el chivo expiatorio de turno. Es el modo como la sociedad civil se lava las manos de sus culpas en el quiebre de la democracia. Si usted cría un león desde pequeño, dándole a beber sangre y alimentándolo con carne humana, y su león un día se come a su vecino antipático no puede usted echarle la culpa al león. O sea, digamos, sí puede; lo que no puede es eludir su responsabilidad e imputársela entera al felino. Es igual al dicho del cojo que le echa la culpa al empedrado de la calle.

De allí la mala fama y el interés por escudriñar más profundamente lo que huele podrido en el ejército, cuando bien sabemos que el olor viene de varios lados al mismo tiempo.

Yo no soy de la idea de hacer la vista gorda, creo que todo lo sucio debe limpiarse y que la verdad conduce a la libertad. Pero tampoco soy de los pesimistas que creen que el país está podrido y condenado por la corrupción, al menos eso queda lejos de mi experiencia más inmediata. Así las cosas, me parece que se hace un gran daño al sistema social cuando se deslegitima con esta violencia y por turnos a uno de sus subsistemas a la vez, lo que es muy distinto a mantener un legítimo y permanente cuestionamiento sobre todas las instituciones de la sociedad. Ayer los débiles fueron los comunistas, otro día los funcionarios de tal ministerio, otro los parlamentarios, un día cualquiera los curas, hoy día los milicos. Los débiles oficiales, digo, porque sabemos que los débiles siempre terminan siendo los pobres cuyas historias no salen en la tele, y de las que nos desvían la atención hacia los débiles-oficiales de turno.

A mí no me gustan demasiado los ejércitos y no habría sido milico, además durante mucho tiempo me dieron miedo, pero no compro este cuento de cómo los medios nos venden chivos expiatorios por turnos, y nos bloquean la posibilidad de hacer opinión pública, de construir la realidad desde la esfera pública, y no desde la imposición de los grupos de poder. Es cierto lo que dice Villouta en la Nación Domingo, comentando que los medios construyen realidad y citando que “los medios son espacios mentales que habitamos”, pero los habitamos amarrados.

De los medios escribiré más adelante.
Hoy, ojo con los débiles: los verdaderos, los falsos,
los próximos.