(Publicado en El Dínamo el 20 de octubre de 2012)

gonelle

1. Hay que decir que el criticado seminario de hace un par de semanas donde se habló de “reconversión sexual” o “terapias reparativas para homosexuales” ha tenido más de algún efecto muy positivo sobre la opinión pública. Pese a su talante discriminador y algo oscurantista, reinstaló un tema que circulaba más bien en la clandestinidad de la práctica clínica y nos ha hecho discutir respecto acerca de la identidad de género y sus implicancias en la convivencia social con una profundidad y una seriedad como yo no había visto jamás en los medios de comunicación. Destaco aquí las columnas de Daniel Mansuy en La Tercera y la de Daniel Loewe en El Mostrador, que creo van más al fondo de la cuestión pública.

¿Se puede afirmar así sin más que la homosexualidad es una patología psiquiátrica que merece tratamiento o que por el contrario es una condición humana constitutiva de la identidad personal y por lo tanto digna como cualquier otro género?.

2. A este respecto, el argumento más usado es el de los consensos internacionales en el mundo de las ciencias de la mente y la salud mental (psicología, psiquiatría, neurociencias) que desde 1973 sacó la homosexualidad de los manuales de psicodiagnóstico y comenzó una ola de acuerdos internacionales en la OMS, ONU y APA, en favor de una despatologización de la homosexualidad. Contra ese argumento algunos dicen que el consenso de esa autoridad está viciado por un intenso lobby gay, lo que es más una pachotada que un argumento.

Pero la columna de Daniel en La Tercera, quizás un poco hastiado de las apariciones públicas de Pablo Simonetti o de Ismini Anastassiou diciendo “la ciencia dice esto”, “la ciencia dice esto otro”, pone por primera vez en duda estos consensos. No es la intención de Mansuy dar su opinión respecto a si la homosexualidad es o no una enfermedad, sino dejarnos claro que el concepto mismo de enfermedad está anclado en supuestos que no pueden ser neutrales, objetivos ni reductibles a una ciencia en particular. Daniel aclara que la respuesta a estas preguntas no vendrá en las conclusiones de ningún paper, así que habría que empezar a debatir con argumentos más amplios. Y tiene razón, nos merecemos mejores argumentos.

3. Obviamente, estos argumentos no son exclusivamente científicos, ni mucho menos gozan de la pretendida neutralidad e indiscutibilidad. Sin embargo, no es cierto que cuando se habla de “el consenso científico” estemos hablando de puros datos estadísticos y experimentales. El consenso se produce en el seno de una comunidad científica con diversidad de puntos de vista éticos, políticos, epistemológicos y fenomenológicos, y es consecuencia de una reflexión amplia que integra esas dimensiones, las discute y coteja con lo que la experiencia de dicha comunidad es capaz de distinguir como científicamente robusto.

En ese tipo de comunidades es tan difícil el consenso, que mientras haya controversia en la experiencia o en el análisis es difícil que algún lobbysta, líder o brujo tenga el poder de disuadir y el éxito de convocar mayorías significativas. Tanto es así que incluso la teoría de la evolución sigue siendo cuestionada por los que proponen la idea de un “diseño inteligente”, y me sorprende sobremanera que no haya grupos que cuestionen la ley de atracción gravitatoria.

4. Las razones por las que hay consenso en el mundo científico organizado respecto a la exclusión de la homosexualidad son robustas, incluso para esa diversa comunidad. Y no se trata del valor autoritario de un paper en Nature Neuroscience, sino de la experiencia de quienes mejor conocen el fenómeno de la homosexualidad humana y las consecuencias psíquicas y sociales de su categorización como patología. El grupo mayoritario es el de los científicos que sostiene que los mecanismos mediante los que un sujeto llega a ser homosexual están anclados a su desarrollo psicológico temprano y son diversos porque obedecen a una combinación difícil de predecir de la epigenética, el entorno hormonal durante la gestación, la relación con los padres, la conciencia del propio cuerpo y otros factores biográficos.

Pero más allá de los mecanismos precisos que todavía pueden ser todo lo controversiales que usted quiera, hay un consenso verdaderamente abrumador respecto a que ser heterosexual, homosexual, bisexual o transgénero es una condición constitutiva de la identidad personal y cualquier intento de intervención arriesga dañar severamente la integridad psicológica del sujeto. Porque NO existe lo que algunos han llamado el “comportamiento homosexual” como un estereotipo de conducta separado de la identidad personal, existe un individuo homosexual o heterosexual tal que la totalidad de su comportamiento es consistente con esta condición.

Y por favor, no crean que estoy tratando de proscribir la idea de que la homosexualidad es una enfermedad, esa conclusión solo la puede sacar usted en la intimidad de su razón y el deber de formarse una opinión a partir de toda la información que pueda obtener es suyo y soberano. Lo que estoy diciendo es que un número mayoritario, diverso y transversal de científicos que conocen bien el fenómeno están bien convencidos desde hace casi 30 años de que la homosexualidad NO es una enfermedad. Por el contrario, un grupo de sabios que se da en número relativamente pequeño y que ha mostrado ser especialmente esquivo para argumentar con la solidez exigida por esta cuestión, sostiene que la homosexualidad es una patología y merece tratamiento.

5. Según un conocido principio jurídico, la responsabilidad de suministrar las pruebas le corresponde a quien afirma que la verdad de una cuestión es distinta a la mayoritariamente aceptada. En este caso, si usted quiere discrepar del consenso científico de la APA y la OMS, hágalo suministrando los argumentos y medios de prueba que nos permitan tomarlo en serio.

Según una variante del mismo principio onus probandi, que podría resultar más justa que la anterior, como es mucho más fácil probar que algo ocurre en la realidad que probar que algo NO ocurre, el peso de la prueba lo ha de cargar quien está tratando de demostrar una afirmación positiva. Es decir, si usted quiere convencernos que la condición humana que llamamos homosexualidad ES una patología psiquiátrica, sírvase presentar las pruebas que le corresponden en vez de simplemente alegar que no se ha demostrado que la homosexualidad NO SEA una enfermedad. ¡Qué patudez lógica la suya!.

6. Más allá de estas consideraciones lógicas. Llama la atención que conocidas, demostradas y publicadas las consecuencias devastadoras que pueden tener las intervenciones “terapéuticas” dirigidas contra aspectos constitutivos de la identidad personal, un grupo de iluminados insista en no solo defenderlas, sino utilizarlas en la práctica clínica.

No conozco precedente en las ciencias médicas en que se autorice un “tratamiento” que no cuente con respaldo epidemiológico o mecanismos de acción conocidos. En general, previo a la aprobación de cualquier fármaco se exigen pruebas de eficacia y tolerabilidad en modelos animales y varias rondas de pruebas clínicas piloto con resultados claros. En este caso, toda la literatura es testimonial y al menos los expertos disidentes que se dieron cita en la PUC la semana pasada no incluyeron en sus charlas NINGUNA referencia a algún trabajo científico publicado.

Yo comprendo y adhiero a la queja de Daniel en La Tercera a mediados de esta semana, no es posible que se pretenda encontrar todas las respuestas en papers de ciencias experimentales. Pero de la misma manera considero que lanzarse a la aventura arrogante de proponer una terapia peligrosa para una enfermedad que no existe y dándole la espalda a todo el conocimiento científico disponible, no solamente es oscurantista, sino impresentable y hasta delictual.

Fuente: El Dínamo http://www.eldinamo.cl/blog/el-peso-de-la-prueba/