Me desconcertó un poco la primera parte del reportaje sobre las nanas discriminadas en canal 13, aunque en ese momento no lo formulé del todo. Después de eso no han faltado motivos de asombro: las presiones para censurar lo que faltaba por exhibirse del reportaje, las renuncias de dos líderes del departamento de prensa del 13, comunicados, columnas y opiniones por doquier, sobre todo de periodistas cambiando sus atuendos por sus mejores vestiduras y rasgándolas vistosamente en honor de “su vocación de revelar y defender la verdad”. En contraste, hace apenas unas horas, aparece publicado en el sitio de blogs de El Mercurio una columna de Juan Antonio Muñoz que señala las falencias del reportaje, el abuso y la caricatura que supone, su escasa voluntad de informar, lo obvio de sus resultados, y además agrega una componente sabrosa respecto a cómo se “incentiva, a través de un medio masivo, el enfrentamiento social”.

Con gusto me desmarco de ambos discursos. Del segundo porque, aunque refleja el sentir de algunos con quienes he conversado, supone que al informador le toca parte de la responsabilidad de catalizar un conflicto social inevitable y que su deber ético es algo así como quedarse piola frente al escándalo de la desigualdad y de la discriminación para que esto no estalle. Ridículo.

Muchísimo más interesante es el discurso de los periodistas guardianes de “la verdad”, porque suponen que la vocación de informadores tiene algo que ver con ella, y al menos yo discrepo hondamente de esa aspiración. En primer lugar, no hay una sola “Verdad”, porque la “verdad” poco tiene que ver con los datos o los hechos que se pueden medir y comprobar con instrumentos especializados, sino con lo que se dice de esos hechos, con las atribuciones, interpretaciones y consecuencias que esos hechos tienen. La verdad es la coherencia funcional entre un hecho y lo que se dice de él, y por lo tanto la verdad periodística siempre es múltiple, dinámica, escurridiza, sujeto de interpretación por parte de las fuentes.

En ese sentido, el reportaje de Contacto es de mala calidad y constituye un ejemplo de una práctica equívoca y cada vez más habitual en el periodismo chileno: situarse en la frontera entre el periodismo (que persigue informar los hechos) y las ciencias experimentales (que persiguen poner a prueba una hipótesis). Como resultado de esa ambigüedad, el reportaje de Contacto es malo como ciencia experimental porque la nana crea una situación ficticia e improbable al llegar con delantal a precisamente algunos de los colegios más cuicos de Santiago a hablar directamente y sin averiguaciones previas con quien la reciba, el modo en que nanas e investigadores de clase alta se relacionan con el personal de los colegios es diferente y deja muchísimas variables sin controlar (por ejemplo, la autoconfianza y decisión con que se enfrentan al portero, el vocabulario), se contrastan dos realidades muy opuestas sin contar con grupos de control ni para los que van a preguntar (discriminados) ni para los que son puestos a prueba (discriminadores), y -acaso lo más grave- los participantes en el experimento no dieron su declaración de consentimiento informado, vulnerándose ambos códigos éticos, el de la investigación periodística y el de las ciencias humanas. Por otro lado, el reportaje de Contacto es malo como periodismo, porque en vez de informar los hechos tal y como ocurren, los provoca. No es difícil hallar realidades de discriminación socioeconómica en nuestro país, pero de seguro son mucho menos espectaculares que la caricatura que se puede provocar usando actores y cámaras escondidas, y eso al mismo tiempo impermeabiliza al público que requiere cada vez escenas de mayor morbo para conmoverse, y sin duda hace un daño irreparable al periodismo.

Finalmente, habría que decir que si hubo presiones de directivos atemorizados para que no se exhibiera el resto del reportaje, eso es completamente impresentable en un país en que existen instituciones como el tribunal de ética del Colegio de Periodistas o el Consejo Nacional de Televisión encargadas de sancionar estos temas. Así las cosas, me parece perfectamente justo que renunciaran Pilar Rodríguez y Patricio Ovando, aunque no sabría decir si al hacerlo protestan ante un canal que no apoya sus decisiones periodísticas, reconocen que sus decisiones periodísticas fueron pésimas, o una mezcla de ambas.

En ninguno de los casos, eso sí, estaba en juego “La Verdad”. Dejémonos de cursilerías.