Y nada de taumaturgia desmesurada, nada de conejos desde el sombrero, sin aspavientos. Una vida marcada por signos de vida, por liberar del peso del pecado, por acompañar, devolver la vista a los ciegos y anunciar a los cautivos que incluso ellos son en verdad libres.

Al final, un solo gran prodigio: RESUCITÓ. Su amor fue más fuerte que la muerte.

(Impacta por su simpleza, por lo definitivo, por la solidez. Esta huevá se acabó, el Dios-con-nosotros amó tanto al mundo que el agujero negro de la muerte quedó saciado, su amor sobreabundó: bastó y sobró)

Cristo Jesús, hermano nuestro,
está con nosotros
para siempre.