medina

1. Cada vez que se habla de legislar más específicamente acerca del aborto o cuando discutimos nuevas aristas de la ley de matrimonio civil, un acuerdo de vida en pareja (AVP) para los no casados o cualquier asunto público que considera decisiones de evidente o no-tan-evidente orden valórico, parece revivir la vieja tensión entre el poder de las iglesias y la soberanía del Estado. Aunque la tensión es muchísimo menos evidente cuando se habla de un “sueldo ético” en vez de mínimo y cuando la religión habla a favor de los pobres o en contra de los poderosos; lo mismo aparece en todos esos casos algún opinador que nos recuerda la separación de la iglesia y el Estado en la Constitución de 1925, y a continuación sentencia: “Pastelero, a tus pasteles”.

2. No, no es “pastelero”, porque las iglesias no son una sola persona, o un solo tipo de personas, son pastelerías. Industria de la repostería, dedícate a los pasteles. Pero en la industria de la repostería, el maestro pastelero y sus secuaces son los únicos cuya especialidad es hacer pasteles. Resulta que la secretaria es mucho mejor para la gestión que para las tortas de selva negra, el vendedor de la distribuidora es un as de los negocios e incluso el maestro panadero al mismo tiempo que un talento de las dobladitas, es un fracaso haciendo tortas de tres leches. Se da, incluso, que algunos maestros pasteleros son virtuosos guitarristas, dotados jugadores de ajedrez o esforzados padres y esposos.

Y es que cada vez que tratamos de reducir una institución diversa a una sola función característica nos equivocamos gravemente por no entender su diversidad orgánica. Pero más aún, la sola idea de que se puede limitar el actuar de los individuos a un solo ámbito de interacción social es una falacia absurda. El pastelero es también vecino, ciudadano y elector.

3. El problema se presenta cuando le pedimos al pastelero que vote en las elecciones en tanto pastelero, que vendría siendo como cuando decimos que Barticciotto como cantante era un excelente puntero derecho, o como cuando el senador Girardi sale con delantal de médico en su propaganda electoral. El pastelero, el cerrajero y el estacionador de autos deben votar como ciudadanos, incorporando su perspectiva laboral, familiar y política a un acto que realizan como sujetos integrados. No se les da derecho a votar por lo que hacen en sus respectivas pegas, sino por una condición mucho más general que los integra en ciudadanía.

4. Por estas razones sería absurdo que no se admitiesen las opiniones de los miembros de las iglesias y que se les marginara de la discusión valórica de interés público únicamente por ser creyentes, como si el hecho de ser creyentes les impidiera el uso de su justa razón para juzgar lo conveniente y bueno para el país en su conjunto. Como también es completamente absurdo que algunas visiones valóricas particulares obtengan consideración especial por el solo hecho de constituir costumbre religiosa, como si los valores empacados en una religión estuvieran eximidos de dialogar en igualdad de condiciones con otras tradiciones o innovaciones éticas.

Pero para eso, en primer lugar quienes detentan cargos de conducción en las iglesias cristianas, y en particular en la iglesia católica, deben comprender que su grey es diversa y heterogénea, que puede ser convenientemente representada por sus vicarios solamente si ellos son respetuosos con esa diversidad y que ello no se opone a la vocación de pastores que ellos ejercen al interior de sus iglesias. Pastorear y representar son funciones distintas, con sus propios lenguajes y prioridades.

Además, el rebaño entero debe hacerse cargo de esa heterogeneidad y dialogar dentro y fuera del redil con originalidad, recogiendo la tradición religiosa que ha recibido e incorporando todos los elementos culturales, políticos, tecnológicos, filosóficos y biográficos que hacen de su experiencia una experiencia única y renovadora. Sin esta diversidad de miradas, las iglesias no pueden entrar en la discusión pública, no pueden pretender hablar de lo mismo sin compartir un lenguaje. Ya dijo Simón Pedro, el pescador y primer líder de la iglesia cristiana: “Estén dispuestos siempre a responder a quien les pida, dando razón de su fe” (1 Ped. 3:15).

5. Por eso rechazo los comentarios discriminatorios con que parte del mundo (confesionalmente) liberal frena en seco a los argumentadores católicos por que, según ellos, estarían “tratando de imponer su particular visión religiosa a toda la sociedad”. Frente a temas valóricos de interés público, me parece completamente ridículo y pelotudo usar argumentos como “si estás en contra del aborto, no te hagai uno”. Mejor discutamos nuestras ideas del mundo, sin importar su origen, sino por la fuerza y humanidad de sus consecuencias.

Por eso me alegro de la discusión que se ha dado en estos días a través de la sección de cartas del diario La Tercera respecto a las diversas miradas del social-cristianismo. Más allá del candidato de su preferencia, es esperanzador ver que al menos dos grupos se disputan la mejor manera de que la Doctrina Social de la Iglesia Católica dialogue con el mundo laico, reconociendo que la libertad y el bienestar humano son una de las especialidades de la industria pastelera católica, una de sus vocaciones fundamentales y su principal misión.

Por las mismas razones me parece muy inapropiado el tono de la carta que monseñor Jorge Medina, obispo emérito de Valparaíso y cardenal de la iglesia católica, le envió la semana pasada al senador Hernán Larraín en su calidad de presidente de la comisión de constitución, legislación y justicia del Senado. En ella, Medina declara hablar como ciudadano, católico y cardenal, y expone una serie de argumentos por los cuales le parece alarmante el proyecto de AVP. Todos esos argumentos, sin embargo, son estrictamente canónico-normativos y están dirigidos más bien a convencer a los legisladores creyentes que el cumplimiento de la promesa electoral del AVP es rebelde contra el magisterio de la iglesia. No hay en la carta de Jorge Medina, ciudadano chileno, palabras de diálogo que contribuyan a discutir el mayor bien de la sociedad chilena, sino más bien un intento de intimidar a los legisladores, poniendo en tensión su vocación religiosa y su mandato de representar en libertad de conciencia a los electores. Más aún, la carta adquiere ribetes patológicos cuando Jorge Medina, más allá de su infundada convicción de que representa a otros obispos y a muchos fieles católicos, le sugiere a Hernán Larraín que “nuestro común amigo, el senador Jaime Guzmán Errázuriz (qepd) estaría de acuerdo con mis planteamientos”.

¿De qué se trata esta carta?, ¿es un legítimo ejercicio de ciudadanía que integra el quehacer de un hombre-sacerdote-cardenal o es una llamado episcopal a alinearse con el magisterio de la iglesia?, ¿es una carta de asesoría en temas de teología moral o es una carta personal?

6. Si el pastelero deja de hacer pasteles, no es un pastelero. Pero si el pastelero no reconoce que es más que un pastelero, y que cuando muda a su guagua es un papá-pastelero, y cuando juega ajedrez es un papá-ajedrecista-pastelero, será apenas una máquina de hacer pasteles. Y si no es capaz de llevar su experiencia de ajedrecista y de padre para que tengan un efecto subjetivo en el modo como hace los pasteles, probablemente sea una mala máquina de hacer pasteles, fome y común.

Esto lo saben todos los pasteleros.

 

Original: El Dínamo. 11 de febrero, 2013. http://www.eldinamo.cl/blog/pastelero-a-tus-pasteles/