kaiser

1. Atrás quedó el paternalismo. La parábola surtió efecto, ya no se le regalan pescados al hambriento, ahora se le enseña a pescar para que se vuelva pescador. Ese es el dogma oficial.

Detrás de esa conquista dos grupos totalmente distintos han ganado una importante batalla. Por una parte, los que creen que el capital más importante es el conocimiento, porque habilita para generar valor. Esos son los mismos que creen que la educación es la llave de la movilidad social, que cuando se le enseña al pescador a pescar se le asegura un piso mínimo y se le da una posibilidad de más. Somos los que creemos en una “sociedad de garantías”. Pero también hay otros, los que creen que es inmoral darle pescado a alguien sin que él mismo muestre una dosis mínima de esfuerzo personal. Esos están dispuestos a emparejar la cancha de las oportunidades para asegurar una competencia justa, pero también creen que los que no quieran competir por la movilidad social no pueden ser arrastrados como un peso muerto, que a la larga enlentece el progreso del país. Son los Axel Kaiser y las Tere Marinovic de las columnas de opinión, y creen en algo que han llamado “sociedad de oportunidades”.

2. La mayor diferencia práctica entre estos dos grupos, que con sus matices pudiesen hacernos sentir más o menos identificados, es la defensa de la meritocracia. Esa aspiración desarrollista puesta de moda entre los que valoran el esfuerzo personal más que a nada en el mundo, que están convencidos que el progreso de la sociedad es consecuencia de que nos pongamos a trabajar con gran empeño cada uno en su sitio, y constatan que la tragedia individual es fundamentalmente consecuencia de la flojera o del desperdicio de los propios dones en actividades infructuosas o en un intento burdo de sacar provecho de la generosidad de los demás.

No siempre la meritocracia fue eso, de hecho para algunos todavía es la alternativa al nepotismo y un modo de alimentar al sistema político con técnicos altamente calificados que lleguen a sus cargos por concursos públicos. Pero cuando extendemos su dominio a la sociedad entera y valoramos humanamente a cada uno por lo que ha logrado en la vida, rendimos culto a la competencia, al esfuerzo y a los dones, como si fueran atributos distribuidos homogéneamente y con justicia, o en el peor de los casos, los méritos distribuyeran al azar en la humanidad. Pero no es así, nunca lo ha sido, y todos lo sabemos. Por ejemplo, el último informe de Desarrollo Humano del PNUD en Chile, muestra que mientras el 91% de los jóvenes de niveles socioeconómicos altos siente que su educación les da libertad de hacer lo que desean, la proporción de jóvenes del tercio más pobre que piensa lo mismo es apenas el 30% en los últimos 5 años.

3. Habría que afrontar sin dramatismo, pero sin falso orgullo, que tú que lees esto cómodamente desde algún sofisticado dispositivo electrónico, podrías haber sido otro sin acceso a internet, sin computadoras, sin teléfono, o ser uno de los cerca de 500.000 chilenos que simplemente no puede leer estas líneas porque es analfabeto. Podrías haber sido el más pobre de los pobres de tu país, haber nacido en una casita tímidamente encumbrada entre el río y el basural. Podrías haber corrido la infancia sin zapatos entre la podredumbre de los cerros de basura ajena y un río que se desborda invierno por medio, amenazando las pocas propiedades familiares: los cholguanes regalados, los cartones abrigadores. Podrías haber nacido en un país en guerra, en una aldea de África Central donde cada cierto tiempo pasan camiones de los ejércitos mercenarios saqueando, esclavizando a las mujeres y matando a los hombres, y aunque hubieses tenido 6 años habrías tenido que saber correr para que no te maten o te obliguen a echarte una UZI al hombro y –en un par de años- salir a cazar niños de otras aldeas.

Podrías haber tenido mucha suerte y vivir la pobreza de campo, diferente y más libre que en las ciudades, donde el suelo para poner una casita es por lejos el más caro e inaccesible de los bienes. En el campo, por ejemplo en una isla del archipiélago de Chiloé, probablemente no habrías pasado hambre. Pero si querías estudiar hasta más allá de octavo básico habrías tenido que dejar a tu familia y partir a Castro. Quizás después puedas competir por uno de los 9 puestos de trabajo que requiere la industria salmonera local. Y si vives en las zonas más aisladas de la isla y te enfermas grave y súbitamente, te mueres y punto.

Si tuvieras mucha suerte, y muchos méritos, quizás serías uno de esos inmigrantes indios o iraníes en New York. Una ciudad cosmopolita en la que después de haber estudiado un PhD en Columbia o NYU, podrías esconderte detrás de un nutrido currículum, ropa cara y ondera para no ser confundido con esos “otros migrantes”, a los que todos miran como entre con lástima y miedo. Porque estuviste a punto de ser uno de ellos, y todavía siendo todo un intelectual, cualquier día te detienen por sospecha, te confunden con terrorista, te niegan la green card, por ese prejuicio que tus méritos no han sido suficientes para compensar.

4. Cuando alguien dice que los pobres lo quieren todo gratis, siempre pienso que es fácil decirlo cuando lo tuviste todo. Me pregunto cuál sería tu perspectiva si hubieses nacido donde ni con todo el esfuerzo del mundo podrías alcanzar el sueldo que tienes ahora. Pienso que es ridículo y arrogante pensar que tus méritos o tu esfuerzo te han valido tu posición actual más que la herencia e incluso la suerte. Y también creo que habría que ser un poco escéptico cuando la gente te recomienda asegurar el chancho, no tomar grandes riesgos e hipotecar tu vocación a cambio de una pega segura. Al fin y al cabo, casi todo lo que tienes te ha sido dado, ¿por qué no arriesgarlo todo?, ¿por qué no dar gratuitamente lo que gratis has recibido?

Cuando los jóvenes escogen su profesión u oficio, demasiadas veces se hallan urgidos por expectativas ajenas que los mandatan a aprovechar sus dones para maximizar las ganancias y asegurarse una movilidad social ascendente. Pero la cruda verdad es que la mala suerte podría patear el tablero un día y dejarte pobre, o solo, o inválido, y entonces ¿cuál de tus méritos te aliviará?, ¿qué te podría consolar?, ¿de qué habrá valido el esfuerzo a regañadientes?, ¿habrá algo más valioso que haberte desplegado tal cual eres, sin cálculos ni análisis de riesgo?

5. Cuando el hombre tiene hambre hay que saciarla, enseñar a pescar, pero aprender sobre todo a compartir el pescado. Saber que el otro es un igual y que no hay nada que pueda hacer para dejar de serlo. Que no hay etiqueta, ni condición, ni mérito capaces de elevar o rebajar a unos seres humanos respecto a otros, que somos definitiva e inapelablemente iguales. Que si todo lo hemos heredado, entonces la mayor responsabilidad y acaso el más importante derecho a consagrar es el de ser genuinamente tú mismo y desplegarte con la riqueza creativa que solamente tú puedes aportarle al país.

Y que la sociedad le garantice a sus hijos todo el pescado que por su dignidad de hijos de esta patria ya de sobra se han ganado. Ese es el imperativo ético: la dignidad, lo demás son nacionalismos de cartón.

 

Original: El Dínamo. 21 de agosto, 2013. http://www.eldinamo.cl/blog/no-estas-ahi-por-tu-meritos/