memoria

1. Frente a la Quinta Normal, abrió sus puertas el año 2010 el Museo de la Memoria y los Derechos humanos. Quien lo haya recorrido se habrá dado cuenta de que no es una síntesis de la historia reciente de Chile, sino un monumento hecho a partir de retazos, testimonios y documentos que recupera el relato de los vivos y muertos que fueron agredidos, aprisionados, torturados o hechos desaparecer por la institucionalidad chilena de la dictadura de Augusto Pinochet. Es un relato a coro: no el único relato, ni el definitivo, ni el ecuánime. Es el testimonio cargado de emoción de la experiencia humana, la historia personal de las 28.259 personas sometidas a prisión política y tortura, los 2.298 ejecutados políticos y los 1.209 detenidos desaparecidos, muchos de los cuales no fueron encontrados jamás.

El Museo comienza el relato con la gesta de la Unidad Popular y la termina con el discurso de Patricio Aylwin en el Estadio Nacional, que inaugura la transición a la democracia con un “nunca más” que sería repetido hasta el hartazgo. No lo hace para justificar, ni siquiera para explicar esa historia por escribirse en la que estas violaciones a los derechos humanos están insertas, sino solamente para ubicar el relato en un tiempo y espacio concreto, donde los torturados y asesinados vivieron, trabajaron, adhirieron a causas y parieron hijos.

2. La historia oficial de Chile, la escrita y la que se está escribiendo, reside a 2,7 kilómetros de distancia, en la Plaza de Armas, donde antes estuvieron la Real Audiencia, el Congreso Nacional y hasta la Casa de Gobierno, en un edificio de doscientos años, donde desde 1982 funciona el Museo Histórico Nacional. Ahí la historia es investigada por expertos, analizados los datos, los objetos, las evidencias. La historia se cuenta con el cuidado científico que merece un relato oficial y ponderado de los hechos. Los objetos están ahí reunidos para ayudar a entender los procesos históricos con distancia, la evolución de la economía, el arte y la ciencia, del pensamiento político y de la comunicación de masas. Es el relato colectivo, observado y disectado. La historia.

3. La historia en su origen griego, suponía aprender la realidad mediante investigación y comunicar un conocimiento experto en los hechos y sus procesos objetivos. Las voces autorizadas para contarla son las de los histores. La memoria en cambio, desde su origen es personal. Su raíz griega mérmeros alude a la preocupación, a las imágenes que no cesan de venir a la mente, que incluso incomodan porque no dependen de la voluntad.

4. Sin embargo, a menudo le exigimos a la memoria que opere como la historia y viceversa, sobre todo en fechas como esta. Cuando el domingo en la mañana Gonzalo Rojas dice en TVN “como historiador necesito saber qué estaban haciendo los detenidos desaparecidos quince días antes de su detención para entender el proceso completo”, quizás acierta en el hecho de que la historia necesita tener acceso a todas las fuentes. Pero sabe bien que no es a los torturados, ni a los familiares de los ejecutados a quienes debe hacerse esa pregunta. Lo sabe bien, y lo pregunta en cámara como un modo de guiñarle el ojo de la memoria a su sector político, los que todavía crean que el Golpe de Estado fue un modo de defender a la patria de una inminente amenaza de guerra civil o de dictadura marxista. Aunque Rojas sea historiador, no se hace allí historia.

5. Es fácil en estos días confundir y usar la excusa de la historia templada y mediana para empatar la memoria de los muertos y de los inculpados. Decir «Pinochet es tan culpable como Allende», o «todos tienen algo de qué pedir perdón», «demos vuelta la página» y otras fórmulas, son maneras de proponer que llegó el tiempo de acallar la memoria y dejarle todo a la historia. Trata de instalarse la idea de que la historia ya ha sido escrita, y que nuestra memoria -upelienta o momia, pero en cualquier caso enemiga de la objetividad- nos impide verla honestamente, que hay que «hacer un esfuerzo por no reproducir lo que nuestra generación no vivió», dice Pablo Ortúzar en La Segunda.

Pero nuestra generación sí lo vivió. Los adultos jóvenes de hoy nacimos en dictadura, vimos a nuestros padres tener miedo, cuando éramos chicos aún moría o desaparecía gente en condiciones inexplicables, vimos en los adultos las cicatrices frescas del dolor y de la rabia contra los opresores. Sentimos contra nosotros la rabia y el miedo de ciertas élites a quienes les dolió el retorno a la democracia, que no podían permitir que se le cuestionara su posición, o que tenían círculos de privilegio que reconstruir mediante reformas económicas y electorales que recién hoy nos terminan de parecer escandalosas y tratamos de desactivar.

6. Chile todavía está en fase de consolidación de la memoria, diríamos desde la neurociencia. Ya estamos en democracia, eso es cierto, la transición terminó; pero estamos todavía muy lejos de poder contar la historia. No seremos nosotros quienes la cuenten, a nosotros nos toca honrar nuestro propio relato, dignificar nuestro testimonio. En eso consiste nuestra paz social, en mirarnos a los ojos y reconocer de memoria quién es quién.

No es lo mismo mérmeros que historia. En las calles de Santiago de Chile, nuestros recuerdos y nuestros hechos están separados por 2,7 kilómetros y quizás por cuántos años más.

Yo también quiero que se encuentren, pero todo a su tiempo.

Original: El Dínamo. 11 de septiembre, 2013. http://www.eldinamo.cl/blog/no-es-lo-mismo-la-memoria-que-la-historia/