Elecciones

1. Recuerdo un comercial de internet móvil en que un tipo se acostumbraba tanto a la alta velocidad de conexión que se alteraba toda su percepción del tiempo. En la escena, su polola le pedía que se separaran por un tiempo y él estaba de acuerdo. Tras seis largos segundos de espera y reflexión, concluía: “Ya, listo. ¿Volvamos?”.

2. Entre diez y veinte minutos espero en promedio en un paradero de micros, algunos esperan mucho más. Dos o tres días hay que tomarse los remedios para que el dolor de garganta desaparezca, y serán unos siete días si es que necesitaste antibióticos. Después de sembrar una semilla hay que esperar varias semanas para que germine y brote. Nueve meses esperamos los padres a que los hijos pasen de ser una legumbre con un corazón que ocupa un tercio de su cuerpo, a una persona de cincuenta centímetros de largo capaz de mamar, de llorar a gritos y de abrazar a su madre. Algunas de esas esperas encabronan porque cuando finalmente llega la micro, está llena y hay que viajar incómodo. Pero para otras esperas estamos disponibles porque la recompensa es tan grande, es tan amorosa la guagua que en retrospectiva los nueves meses se te han pasado volando. Esperar no siempre es lo mismo.

 3. Algunas hipótesis afirman que el principal defecto que exhiben las personas con Síndrome de Déficit Atencional (SDA) es que no pueden esperar mucho tiempo por una recompensa, sin importar lo grande que sea. Distraen su atención con estímulos placenteros en lo inmediato y se resisten a esperar por recompensas que demoran en llegar. Según estas hipótesis, una alteración clave del cerebro con SDA estaría en la plasticidad de circuitos neuronales dopaminérgicos, que codifican la información placentera y la memoria del placer, de manera que resultaría difícil mantener viva la imagen mental de la recompensa futura. Dicho así, es obvio que la memoria es un aspecto clave de la espera. Es nuestra memoria lo que hace que nuestra espera sea proporcional a la importancia de lo esperado y no simplemente al tiempo que se demora en llegar.

4. Pero a veces parece que solo importara el tiempo. Que no hubiese nada más valioso que la inmediatez, el cuarto de libra ahora mismo, los resultados antes que los procesos. En parte, puede que ese sentido de urgencia haya sido criado por la eterna postergación, por esa recompensa, esa alegría o esa justicia que han tardado tanto en llegar que parece que no llegarán nunca. Es posible que ya no estemos dispuestos a esperar más porque muchas veces nuestra espera ha sido traicionada y hemos perdido la confianza.

Pero también puede ser que hayamos perdido la memoria y seamos como un país con déficit atencional. Puede que se nos haya olvidado cuánto trabajo nos tomó llegar a donde estamos hoy, o los largos procesos que formaron lo que hoy somos individual o colectivamente. Quizás se nos haya olvidado cuáles son los caminos que disfrutamos, los viajes largos que queríamos emprender, los deseos de largo plazo por los que vale la pena esperar de manera activa, disfrutando el camino y el paisaje. Puede que se nos hayan olvidado las grandes recompensas y nos estemos conformando con muy poco, con un éxito visible, distractivo y aspiracional.

5. Quiero decir que llegó la hora del Ritalín y de una buena terapia pedagógica que nos permita poner atención a nuestros deseos de largo plazo. Los últimos años hemos vivido entre la rebeldía y el heroísmo, nos tocó avergonzarnos de nuestras mezquindades y de nuestras corrupciones, y surgió en nuestro país el deseo firme de dejar atrás nuestra cobardía y falta de radicalidad. Quiero pensar que este año 2013 comenzamos la era de la esperanza. Y no me refiero a que nos sentemos a esperar que algún acontecimiento extraordinario nos cambie la vida, sino a que nos pongamos en un camino que nos haga sentido tanto por su proceso, como por sus resultados a largo plazo. Que creamos y confiemos en que es posible tener un país justo y libre, y que vale la pena ponerse en camino juntos para eso.

6. En noviembre de este año que comienza hay elecciones parlamentarias y presidenciales. Y yo no quiero ver en ellas a candidatos populistas ni apocalípticos, no quiero ver el mismo diagnóstico repetido una y mil veces del país desigual, que el crecimiento, que la delincuencia, que la crisis de la educación pública. No quiero soluciones de corto plazo para que el presidente electo hable en cadena y corte la cinta. Quisiera ver candidatos con memoria de su pasado, con hondura de convicciones políticas y con esperanza en un proyecto posible para Chile. Quiero candidatos que nos animen a caminar juntos, que nos recuerden hacia dónde caminamos y que no le teman al largo del camino.

Porque si no llegamos nunca a ser el país perfecto que siempre hemos soñado, no importa; siempre valdrá la pena andar la ruta en esa dirección. Porque la esperanza es la que nos libera de la urgencia del resultado inmediato y reordena nuestras prioridades. Porque prefiero sentirme orgulloso de caminar juntos que de ganar un round ahora.

7. Mientras tanto, paciencia. Brotará en silencio la semilla en la tierra. Crece la guagua en el vientre de su madre y ya hemos decidido ponerle Esperanza. Cada vez que oye su nombre, lanza una patadita de confirmación que me mantiene atento a lo que viene. Y para mí esa es señal suficiente.

Feliz año nuevo.

Original: El Dínamo. 3 de enero, 2013. http://www.eldinamo.cl/blog/esperanza/