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1. Dos personas se contemplan. Salvo que haya pistas muy evidentes, es difícil saber cuál es la relación entre ellos. No se aman como se aman las parejas, no hay en su forma de mirarse un deseo de mutua exclusividad, no quieren o no podrían tener esa mirada sobre ellos para siempre. No se quieren tampoco con el compañerismo libertario de la amistad que anima a los amigos enfrentar aventuras imposibles, acompañándose de lejos por si el otro se saca la cresta y hay que darle una mano cuando esté herido. Pero se miran, se vigilan y se cuidan. Es mutuo el afecto y la contemplación, cada quien desde su originalidad y sus propias referencias. Quién sabe si es exactamente simétrico el afecto, poco importa.

2. Podría ser un padre y un hijo. Digamos que después de mucho intentar ser un papá posesivo o hacerse amigo de sus críos, el padre ha constatado que ni desea ni puede controlarlos, en tanto que trabar amistad le resulta vago e irresponsable. Observa a su hijo entrar en la adultez con la admiración de ver al mismo tiempo herencia y originalidad, le sorprende la repetición de mañas suyas y de su mujer, pero también este carácter nuevo, esos talentos que no son de nadie sino de ese hijo. Lo vigila de cerca, se junta a solas con él de vez en cuando, a veces con excusas muy específicas, otras no tanto; le comenta cosas importantes al pasar para tratar de seguir dejando una huella, una pista.

Le hacen bien al hijo estos encuentros más personales con su viejo, le permiten tantear cómo anda la salud, si está fumando mucho, si las piscolas son mala idea ahora que se va poniendo más viejo y el hígado no te va a durar para siempre. A medida que se ha hecho mayor siente crecida admiración por él y su madre, tan estratégicos para buscar la mejor manera de acompañar sin oprimir, tan sanos en sus afectos después de todo. Cuando está con ellos los mira todo el tiempo, como quien se encuentra con algo completamente nuevo.

3. Los que se contemplan podrían ser hermanos. La hermana mayor que mira al hermano encontrarse por fin en un surco que le va haciendo feliz. Antes, cuando el hermano estaba más cagado, cuando andaba metido en huevás raras que lo dañaban, ella no sabía bien cómo acercarse o si era ella quién debía hacer algo. De a poco fue aprendiendo a estar ahí, todos fueron estando ahí hasta que las heridas fueron sanando, el hermano chico fue encontrando su propio camino, querido por una mina piola, en el oficio que más le fue gustando y quién sabe si mañana ya vas a estar dedicado a otra cosa.

Le gusta a la hermana grande la libertad de su hermano, la reconoce como una parte de ella también. El hermano chico se da cuenta y aprovecha estos encuentros para envalentonar a su hermana a que persiga lo que siempre ha querido. Cuando la hermana se separó, el hermano chico no estaba tan bien enrielado como ahora, pero así y todo fue un hombro firme para sostener y una voz firme para interpelar. Se deben mucho mutuamente, y cuando se miran se reconocen a la vez iguales y distintos. Telas distintas cortadas con la misma tijera, les dijo la mamá una vez.

4. Podrían ser ex-pololos o ex-esposos los que se contemplan. Que sean pésima pareja no significa que no se quieran, al fin y al cabo a los dos les dolió terminar, les costó soltar la posibilidad de hacer camino juntos como pareja. Después de gritarse en la calle y de una larga temporada de mails hirientes, sobrevivió un afecto purificado, genuino y sin pelos en la lengua. A ella casi la contrataron para poner las flores en el matrimonio de él. A él casi lo contratan para hacer el quincho en la casa de los nuevos suegros de ella. No lo hicieron, pero estaban disponibles. A él le gusta saber cómo está ella, si está feliz, si se sigue pololeando con puros imbéciles. Ella se pregunta si le publicarán la novela, si está contento, cuándo va a tener hijos, weón tenís que tener hijos luego.

5. Quizás los que se contemplan sean un cura y un laico, admiradores mutuos de la vocación del otro. El cura transmite la profundidad que a veces le falta a la vida corriente y ha sido generoso y disponible para acompañar, pero también le agradece mucho al laico que haga de puente con fronteras donde él no llega, que lo acoja en su casa, que los hijos tengan este tío cura que entre los amigos se siente menos solo. Ambos ganan en radicalidad y se envían mutuamente en misión. Quizás los que se contemplan sean vecinos de una comuna y uno de ellos sea la alcaldesa. El poder del municipio, se sostiene en el apoyo que les ha confiado la comunidad. Después de mucho tiempo de un alcalde/coronel que ejercía el poder como si el territorio fuera suyo, ahora tienen la oportunidad de mirarse de frente. Tienen confianza mutua, se vigilan y se cuidan.

La misma relación de mutua contemplación se da o debería darse entre el Estado y la cultura, entre Cristo y su iglesia, entre la ciencia y la filosofía, entre el jefe y sus subordinados, entre el educador y sus estudiantes, quizás entre el presidente y sus ministros. Constituye una forma de afecto maduro y ordenado que no pretende apropiación, que está libre de celos, de adoctrinamiento y de esclavitud. Por otro lado no es solo la amistad buena onda y si la cagai es weá tuya, porque hay coresponsabilidad, deseo de colaboración, mutuo envío y compañía en lo que toca vivir.

6. Dos personas se contemplan, poco importan sus nombres. Van en el metro lleno, levemente sostenidos uno del otro para no ser arrastrados por la multititud, cómodamente anónimos en este camino de mutua contemplación apenas interrumpido por alguna palabra. Padre e hijo, hermanos o lo que sean, saben por primera vez que esto es lo que comparten, que la plenitud de su relación es este modo de acompañarse en el anonimato. Descubren que de esto se trata y que si aprenden a relacionarse así podrán llegar más lejos, y quizás ser más felices y libres que antes.

 

 

 

Original: El Dínamo. 6 de noviembre, 2012. http://www.eldinamo.cl/blog/contemplacion/