1. Trabajo en una fábrica cuyo objetivo principal es producir innovación científica. Hace unos días hubo que conversar de eso con el advisory board visitante (tres gringos del terror que realmente no querían haber salido de California) y salí de esa reunión frustrado y enrabiado, sin tener muy claro exactamente de qué.

Quizás choreado del escaso interés de los científicos de mi generación de tener esa conversación o angustiado porque el panel quedara con la idea de que nosotros estábamos esperando, pasiva e indolentemente, que algún actor externo nos salvara, nos indicara el camino hacia la plata, nos diera las ideas. Pero era más que eso.

A renglón seguido, escucho como crece el rumor de que la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) pasaría a los dominios del Ministerio de Economía. El ministro Longueira dice que hay que vincular la innovación científica con el sector productivo, que eso es lo que hace falta. Y bueno, por ahí mismo fueron las recomendaciones del panel asesor de mi fábrica: la necesidad de vincular a los científicos con el sector productivo.

Nos cuesta relacionar el conocimiento que se genera en nuestros laboratorios con el modo de operar que tiene el mercado, siempre atento a encontrar nichos donde instalar un negocio rentable. Parece lógico mover CONICYT a Economía para que aprendamos a hacer la traducción, a ofrecer soluciones tecnológicas, optimizar procesos y nuevos productos. Y sí, es precisamente eso lo que me da rabia.

2. Se nos pide una innovación cuya estrategia es dividir, y no me molesta necesariamente que así sea. Por ejemplo, esa innovación que propone una forma más simple, más barata o mejor de realizar un proceso productivo para que algunos de los productores se cambien. O la que resuelve ese problema al que los clientes siempre le hacían el quite. Toda la tecnología que pensada para competir contra soluciones más antiguas divide el mercado.

También está la innovación que hace aparecer una necesidad que antes era invisible, nos ofrece el smartphone o el horno microondas que no sabíamos que necesitábamos, y nos hace dividir nuestro salario para poder invertir en este nuevo producto o servicio. Para ponernos al día.

De algún modo, esta manera de innovar sigue las reglas más básicas de la economía: en un sistema donde la escasez es la norma, con oferta y demanda que tienden al punto de equilibrio, la única manera de maximizar las ganancias es minimizar los costos. Dividir, optimizar, hacerse un espacio, especular con necesidades nuevas. Bendita división que nos ha dado los computadores portátiles, las ampolletas led, los antibióticos de tercera y cuarta generación, los teléfonos celulares, los televisores planos y enormes, y hace poco, la moda de los tablet. Pero no es la única fuente de innovación, no puede ser la única.

3. Hay una manera diferente de innovar que se da naturalmente entre quienes sabemos poquísima economía, una innovación que multiplica y que hace algo que parece imposible: genera valor. Es una innovación hija del paradigma de la abundancia, que hasta para la termodinámica parece rara porque supone la posibilidad de crear, de abrir un horizonte nuevo. Y acaso esa forma de innovación sea la favorita del arte y de la ciencia básica, precisamente porque no está ligada directamente a un proceso productivo.

Cada vez que una banda desafía la moda con un nuevo disco o que un paper propone un cambio en la comprensión de la realidad, empujamos más lejos la frontera de lo posible. Cada vez que le enseñamos a un niño sobre esa frontera movediza lo desafiamos a crear una economía donde los recursos abundan, cada vez que criamos al estudiante universitario o técnico entre investigadores le proporcionamos conocimiento que nadie más tiene y ampliamos los horizontes de su quehacer, le damos herramientas para entrar en la interdisciplina o para fundar una empresa enteramente nueva donde antes no había nada, generar valor a partir no solamente de lo que hemos llamado “capital humano“, sino del potencial creativo de nuestra cultura.

4. Se me ocurren al menos tres modos de innovación que multiplica. El primero y más obvio de ellos es la educación. Cada vez que nuestra fábrica produce conocimiento original está generando valor que puede ser transferido directamente a los estudiantes de la universidad, pero también a otros niños, jóvenes y adultos en quienes también tendrá un efecto inmenso. Cada vez que nuestro conocimiento básico se queda en los papers y no es transferido pedagógicamente a otros hay un inconmensurable valor que se disipa.

Al contrario, cada vez que el conocimiento se transfiere, sin importar si este conocimiento es fundamental o aplicado, aumenta el potencial creativo de quien lo recibe, cambia su perspectiva, lo libera de paradigmas estáticos e incrementa el valor de su trabajo. Tenemos el enorme desafío de producir más conocimiento original, pero también de innovar en el modo como lo transferimos a los educadores primarios y secundarios, a los estudiantes talentosos, a los comunicadores sociales para que su impacto y el valor generado se multiplique.

El segundo modo es la colaboración. Mientras los últimos cien años han estado protagonizados por la creciente especialización científica, en la última década ha sido muy claro el giro hacia la colaboración interdisciplinaria, pero carecemos casi completamente de un lenguaje para dicha colaboración. Tan hondo hemos cavado los nichos de nuestras especialidades que la colaboración resulta muy difícil. Necesitamos innovadores que integren información multidisciplinaria, científicos bilingües que puedan hacer dialogar ciencias, artes y humanidades. El desafío aquí es recoger todo el valor que desde dentro de las disciplinas no se detecta y explotar los usos que nuestro conocimiento específico tiene más allá de los estrechos límites de nuestro campo.

Finalmente, existe la posibilidad de innovar abriendo nuevos espacios virtuales. Un ejemplo muy concreto es el de las aplicaciones para dispositivos móviles. Los teléfonos inteligentes existen hace años, los softwares hace décadas; pero hace unos pocos años Apple levantó su App Store, seguidos por Android, Nokia y Google, y con ello hicieron nacer un espacio de invención, de desarrollo tecnológico, de generación de valor que no existía.

Se hizo más fácil vender software, pero además se destapó la creatividad. Cuando se abrió la App Store no solo se abrió una tienda, se abrió una oportunidad para crear, un espacio donde generar valor. Industrias como esa se pueden abrir en cualquier momento al alero de las agencias de nuevos medios y otras empresas, pero emergerán con más fuerza si los científicos y los comunicadores nos involucramos juntos en ese modo de innovar, integrando el conocimiento acerca de la biología del hombre, de las posibilidades de la tecnología y de los hábitos culturales para modelar dimensiones de la acción humana que están dispersas o no existen.

5. No quiero renegar de la innovación mediante la división ni ensalzar la multiplicación. Ambas estrategias han de combinarse y operar en paralelo para hacer posible cualquier proyecto y emprendimiento. Pero el tránsito de nuestro país hacia una economía del conocimiento no ocurrirá si forzamos una sola manera de innovar. Es importantísimo que el Estado cautele la libertad y amplitud con la que científicos fundamentales y aplicados trabajamos, y eso no resultará si CONICYT sigue operando como oficina de segundo orden encargada de manera ambigua a un ministerio u otro.

No hay duda que la ciencia tiene que ver con la educación (en cuyo ministerio se encuentra hoy), también con la economía; pero también con la cultura y las artes, con la agricultura, con la salud y con el desarrollo social, a lo menos. La ciencia chilena y su innovación tecnológica merecen un ministerio de dedicación exclusiva que pueda hacer dialogar su progreso con las otras áreas del desarrollo del país.

6. Viéndolo de este modo, nuestra fábrica hace muchísima innovación y corre el grave riesgo de desperdiciarla. Ojo, ministro Longueira, estamos cooptados por una política de Estado que divide con la economía, pero que todavía no aprende a multiplicar. Usted dígale al Presidente.

Original: El Dínamo. 21 de septiembre, 2012. http://www.eldinamo.cl/blog/multiplicar-y-dividir-dos-formas-de-innovar/