En un momento de la película, Javiera le muestra a Ana un mapa de Santiago que tiene marcadas las rutas entre sus lugares importantes. No las rutas más directas, pero las más silenciosas porque en ellas se puede conversar. Y cuando les cuento esto, ni hago un resumen ni mato la sorpresa, sino que sitúo apenas una coordenada. Porque de esta película no se puede hacer un resumen legítimo. Porque de haber alguna sorpresa, es sin euforia, sin bombos ni platillos. Porque lo que importa no son los hechos, sino el entremedio, las relaciones y las conversaciones. Porque de eso sí se trata el “Mapa para conversar” de Constanza Fernández, de verdaderas relaciones de humanos silvestres que habitan la piel de sus personajes.

Primero, algunos comentarios generales. El audio me pareció en principio un poco débil, aunque puede ser que la sala del Cine Arte Alameda haya sido la culpable; ustedes tendrán que contarme cómo se escucha en otras salas. El relato cinematográfico, por otra parte es absolutamente impecable, todas las tomas son sencillas y perfectas, algunas novedosas incluso en su simplicidad, y los textos son increíbles (lo de las algas es un diálogo glorioso). La música de Ángela Acuña, Cristián López y Los Muebles queda muy bien. Las actuaciones se van afirmando con el correr de la historia, al principio los personajes de Roberta (Andrea Moro) y Ana (Mariana Prat) son un poco torpes en el uso de los gestos, pero a medida que la historia les exige compromiso emotivo, sus actuaciones están a la altura.

La altura, en todo caso, no es mucha. Y eso es lo delicioso de la película, el nudo dramático es simple (que madre, hija y novia sobrevivan a la tensión triangular de sus afectos, a sus celos y a sus máscaras), la locación es improbable y los personajes están apenas dibujados y a ratos como caricaturizados. Ni la historia ni los personajes tienen o necesitan profundidad psicológica u otras complejidades, y gracias a esto emergen con toda su potencia las relaciones humanas, verdaderas y complejas entre estas tres mujeres. Quiero decir, estos personajes probablemente son muy planos como para existir en la vida real, pero las relaciones que establecen entre ellas sí existen, las reconozco. Y no una, sino en muchas triadas con diferentes combinatorias de género y personalidad.

Y acaso lo que más me ha impresionado del primer largometraje de la Costy Fernández (http://www.celosa.org) sea atestiguar la verdad de las relaciones establecidas por estas tres mujeres. Relaciones madre-hija como deben ser casi todas, en la tensión de su amor y su diferencia. Y sobre todo la relación homosexual entre Roberta y Javiera, gato y ratón, ratón y gato, persiguiéndose mutuamente, agrediendo y abrazando, en complicidad y traición. Roberta y Javiera amándose con pica, con confusión, enamoradas que al mismo tiempo recapitulan el romanticismo más cursi y el ofuscamiento más triste. Mujeres aprendiendo a amarse, aprendiendo a ser ellas mismas, inventándose una relación que no han podido aprender de nadie, adquiriendo de hombres y mujeres un lenguaje para traducir sus propias necesidades originales.

En una temporada en que los militantes más estrictos del “igualismo” nos han querido convencer de la gruesa verdad de que las parejas homosexuales y heterosexuales tienen la misma dinámica, los mismos deseos y los mismos problemas cotidianos, esta película pondera la diferencia. Es indudable que tenemos mucho en común cuando trabajamos, nos endeudamos y llegamos cansados queriendo un abrazo, todos nos repartimos las tareas domésticas, las cuentas y las culpas de las peleas; pero lo que se revela entre Roberta y Javiera, es de una novedad que me parece impenetrable y que todavía tardaré un buen tiempo en decodificar. Más allá de todo lo que tenemos en común en deberes y derechos, las parejas homosexuales enfrentan la complejidad afectiva de una historia que se escribe sin referencias para el copy-paste. Todo merece ser cuestionado, todo requiere ser adaptado a un lenguaje que no hablabas antes de establecer una relación homosexual, un lenguaje que no hablan tus padres y que tendrás que inventarte antes de poderlo enseñar. Y siempre será todo muy nuevo, porque aunque a veces se nos olvide, la identidad sexual no es solamente la aceptación teórica de quien soy yo, sino la construcción empírica de una relación concreta.

En una escena, cuando Roberta trata de expresarle a su madre con palabras lo más claras posibles lo que vive, revela este verdad profunda: “Mamá” -le dice- “yo he tenido, tengo, y probablemente seguiré teniendo relaciones homosexuales”. Y es así de simple. Por eso esta no es una película que vaya a gozar del beneficio de la alabanza de militantes de algún tipo, porque exhibe una realidad donde la sexualidad no se define como una causa por la que luchar, sino como una relación concreta entre dos personas. Mientras más viva se nos haga esa realidad, más absurda parecerán las doctrinas católicas que proscriben la vida sexual entre personas del mismo sexo, más deseable nos parecerá ofrecerles a nuestros hijos referencias diversas con las que construir su propia identidad, más importante será vivir cerca de la más completa diversidad humana.

Por esa causa se marcha este sábado 23 de junio, desde las 14:00 en Plaza Italia. Por la igualdad o por la diversidad, como quiera decirle.