Se cruzan en mi cabeza de científico y de ciudadano dos temas esta mañana de lunes: en primer lugar, la necesidad de terminar con la discriminación a las condiciones que hacen diversa a la humanidad, trágicamente puesta sobre la palestra a propósito de la tortura, agonía y homicidio a Daniel Zamudio por su identidad sexual; y en segundo lugar, el día internacional del autismo, agendado para ayudarnos a comprender mejor esta condición y relacionarnos de manera más sana y libre con los autistas (también con el síndrome de Asperger, del X frágil y otros varios que comparten síntomas) y con sus familias.

Las llamo condiciones, y no enfermedades o desórdenes del desarrollo, porque aunque implican limitaciones de la socialización y de algunas capacidades cognitivas e intelectuales, la mayor parte del “padecimiento” es consecuencia más bien del modo como son tratados. De hecho, no es raro que tengan algunas habilidades hiper-desarrolladas, a veces la memoria, a veces el dominio de una técnica o un oído musical impresionante; por lo que de algún modo el tratamiento despectivo y discriminatorio del que son objeto es lo que los etiqueta como “enfermos”, en vez de asumir que son esencialmente “diferentes”.

Diferentes y dignos de ser valorados en su diversidad, deberían estar también considerados entre los protegidos por las leyes anti-discriminación. No solamente para que NADIE sea discriminado, sino para instalar como valor en nuestra sociedad el cuidado de aquellos que nacieron o se constatan diferentes, y con ello enriquecen la diversidad de nuestro tejido social. Protegerlos también de dos grandes y muy usuales peligros: Primero, el peligro de creer que el autismo se puede “sanar”. No solo porque es muy difícil que alguna vez demos con un tratamiento para una condición del desarrollo del sistema nervioso, sino porque en la situación actual es muchísimo más importante aprender a convivir adaptativamente con la diversidad, en vez de tratar de “normalizar” al que es diferente a todo evento. Segundo, el ensalzamiento de sus capacidades superiores. Porque para ser aceptado, querido y valorado NO puede ser necesario que el autista tenga una memoria sobrehumana, domine la biología molecular, la programación computacional o tenga oído absoluto. Hay que destruir el mito de que los autistas son genios inadaptados, para abrirnos a valorar en cada individuo lo que tiene por mostrar, su expresión humana única. No podemos criar a los niños autistas de nuestra patria esperando de ellos un mérito que nos ayude a quererlos, sino que debemos valorarlos por quienes en efecto son.

Cuando escucho a la Tere Marinovic decir que la homosexualidad es una enfermedad, me pregunto qué pensará ella, y los que todavía son como ella, respecto a los chilenos con una condición del espectro autista. Y sobre todo me pregunto cómo podremos cambiar su cerebro, no el de los niños autistas, sino el de los que todavía creen que el respeto se gana, que la dignidad se conquista a punta de esfuerzo y dotes intelectuales.

El día del autismo guarda silencio, juega con la puerta. Recupera el gusto por la gratuidad para que aprendas a valorar lo que es distinto, no porque sirva o impresione, sino porque existe y es digno de existir y ser libre. De eso se trata la anti-discriminación, no de penas aflictivas ni de persecuciones a la libertad de expresión, sino de criar en libertad la diversidad de la especie humana.