Ahora que se envía para su discusión un proyecto de ley acerca de las uniones civiles entre personas del mismo sexo (o “uniones no-matrimoniales”), vuelve a tener vigencia y hasta urgencia esta columna que quise escribir hace un par de semanas, en respuesta al texto en que la Tere Marinovic llama a “no confundirse” porque -argumenta- “la homosexualidad es una anomalía”. Y tiene vigencia y urgencia porque intuyo que detrás de la necesidad de decir que estas nuevas uniones civiles son explícitamente “no-matrimoniales” se tratan de evitar por secretaría tres cosas que valdría la pena discutir de manera amplia: a) qué tan iguales ante la ley son las diversas sub-poblaciones del género humano de nacionalidad chilena, b) la posibilidad de adopción por parte de “matrimonios homosexuales”, c) la posibilidad de “contagio” de la condición homosexual a los hijos. A su vez, estos tres ítemes que tanto pánico causan entre los conservadores, descansan sobre la premisa de nuestra amiga Tere respecto a que la homosexualidad es anómala, si no derechamente una enfermedad. Y cuando digo derechamente, no estoy tratando de hacer un chiste político, sino hablando del mismo paradigma que hizo al senador Larraín decir que la homosexualidad era una perversión comparable a la zoofilia, y que Pablo Simonetti ha insistido en llamar “heteronormatividad”. Así nomás.

En su columna, Marinovic plantea que hay una estrecha correlación estadística entre homosexualidad y promiscuidad, enfermedades de transmisión sexual y desequilibrios mentales. Para hacer su argumento cita autores que hipotetizan que la homosexualidad es consecuencia de la neurosis y que han ensayado métodos clínicos para revertir la homosexualidad, de manera que el individuo tenga un comportamiento sexual acorde a su sexo biológico. Asimismo, cita una carta publicada en la revista Pediatrics que argumenta que los hijos de padres homosexuales podrían presentar la misma conducta en la adultez con mayor probabilidad que las personas criadas en entornos heterosexuales (estas y otras referencias no citadas en este texto, en su blog).

No es una conducta, sino una identidad de género.

Lo primero que llama la atención es que en todo el argumento (y en el de otros conservadores, letrados y no-tan-letrados) se asocia la homosexualidad con un “comportamiento sexual” desplegado por un individuo que en términos biológicos al fin y al cabo es macho o hembra, hombre o mujer, como si la sexualidad resultara simplemente de la interacción entre los genitales y el medio ambiente. Entre el sexo cromosómico y la sexualidad humana, hay al menos dos distinciones o niveles adicionales que resultan importantes: la identidad de género y la elección del objeto de deseo sexual. No hay ninguna duda que la expresión de genes, la función hormonal y la genitalidad exterior van a determinar parcialmente la identidad de género; pero sin lugar a dudas, también lo harán las experiencias de afecto, de duelo, de admiración, de imitación. Y este entramado irá construyendo identidad de manera siempre diversa, compleja e impredecible en el inconsciente; es decir, NO se pueden sacar conclusiones lineales. A su vez, la elección del objeto de deseo sexual da lugar a una diversidad enorme con la que se matiza todavía más la conducta, de manera que no es solamente el despliegue de una capa superficial de deseos, sino una pulsión del mismísimo núcleo de la identidad. Es tan complejo y denso el modo como el género y el deseo se arraigan en la identidad personal, que el que diga que se puede disectar, transformar o siquiera predecir a partir de datos simplistas como el sexo genital o el género de los padres, probablemente miente o es huevón. Aunque quien lo diga sea el Centro de Bioética de la P. Universidad Católica, a través del artículo de Mons. Fernando Chomalí (Chomali et al., 2008), estas afirmaciones son de un reduccionismo aberrante.

Hay quienes van más lejos. Y a propósito de la correlación entre homosexualidad y neurosis, han propuesto que tratando los desequilibrios, los orígenes traumáticos y los tabúes que van configurando la neurosis sería posible corregir “la conducta homosexual” (Van Den Aardweg, 1997). De hecho en la Universidad de Los Andes hay un centro en que se estudia y trata clínicamente la homosexualidad como si se tratase de una enfermedad mental y no de una configuración de la identidad de género. ¿No es una hipótesis más atractiva intelectualmente que el choque entre las expectativas y la configuración de una identidad de género homosexual genere crisis y construya una personalidad neurótica?, ¿no será la represión ambiental, el juicio de los otros e incluso el juicio moral del individuo mismo lo que hace a más homosexuales neuróticos? Es decir, ¿por qué la neurosis podría conducir a homosexualidad, no es más obvio que la homosexualidad reprimida desate la neurosis?

En efecto, sería posible argumentar que la prevalencia de enfermedades de transmisión sexual y de algunas enfermedades mentales es más alta entre la población homosexual como consecuencia de la marginación y la discriminación, del secretismo y la vulnerabilidad social. Y esa hipótesis tiene bastante más sustento clínico y teórico que la que utiliza la Tere en su columna y Chomalí en su paper, al menos desde la perspectiva de los psicólogos con los que he comentado este asunto en el último mes. ¿O conoce usted algún homosexual que no haya vivido con muchísima dificultad su proceso de reconocimiento y de identificación con lo homosexual? Y ni hablar de la “salida del clóset”, donde finalmente, aunque se haya aceptado íntimamente la identificación con un género homosexual, puede pasar mucho tiempo antes de poder hablar con naturalidad de eso incluso en ambientes familiares y de amigos. Se carga con el duelo de otros, se frecuentan círculos cerrados con códigos propios y se establece una situación de mucha vulnerabilidad emocional, y en demasiados casos la soledad y las precarias herramientas para vivir arrojan a etapas vitales de mucho desenfreno y promiscuidad. Indudablemente otros viven este proceso más acompañados y no se sienten expuestos a nada de lo que las estadísticas les achacan. Pero desconocer esta causalidad al opinar con ligereza es muy irresponsable.

Nada que sanar.

Y con esto no estoy haciendo una apología de “lo homosexual”. También a mi me parece que ser homosexual es una condición que limita, entre otras cosas por el impacto que tiene en el entorno y por la renuncia a la función procreativa. Pero me parece delicado sugerir que es una enfermedad o una anomalía que daña al individuo humano, puesto que la imposibilidad procreativa solo afecta en términos poblacionales y ningún daño ejerce sobre el individuo. La homosexualidad me parece naturalmente indeseable para la totalidad de la humanidad, porque entonces pesaría sobre nuestra especie la extinción, pero me parece que está muy cerca de ser neutral para el individuo humano, en tanto no limita esencialmente su libertad de sentido. Más aún, me parece que lo verdaderamente dañino es alimentar la ilusión de que la identidad de género se pueda revertir, en tanto prolonga el duelo de quien aún no acepta su condición, que en plena adultez ya es un dato. No hay aquí nada que sanar.

Es evidente que la homosexualidad no es “genética”, no solo porque la mayor parte de los homosexuales del mundo tiene padres heterosexuales, sino porque la influencia del ambiente es crucial en la configuración de la identidad. Precisamente por este efecto ambiental es que a muchos les da pánico que la homosexualidad pueda “contagiarse” de padres a hijos en la crianza, y de hecho esto ha constituido el impedimento fundamental para otorgarles el derecho del matrimonio y de la adopción co-parental en Chile, dejémonos de cosas. Yo mismo he defendido diferenciar en la nomenclatura el contrato de unión civil “matrimonial” y “conyugal” para hacer bypass de este asunto, pero ya no se puede más, el tema ha saltado por sí mismo.

De hecho, la columna de Tere Marinovic cita una carta publicada en la revista Pediatrics, donde la Dra. Ana Martín-Ancel muestra datos que sugieren que la probabilidad de que un adulto sea homosexual es mayor cuando ha sido criado por homosexuales que si fue criado por heterosexuales: 9% son no-heterosexuales, cuando en la población mundial la proporción se estima en 1% (Martín-Ancel, 2002). Algo muy interesante, es que dicha carta junto con otra aparecida en el mismo número de la revista (pero que no aporta dato científico alguno), son respuestas a un reporte técnico en que la asociación americana de pediatría revisa la literatura del tema y decide avalar la adopción co-parental por parte de padres del mismo sexo (Perrin et al., 2002; Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health, 2002). Tras revisar la literatura, lo que me parece francamente más interesante no es el incremento teórico de un 8% en la prevalencia de la homosexualidad, sino el abrumador 91% que habiendo sido criado por padres homosexuales es heterosexual. No sé para ustedes, pero para mi juicio de científico este dato es absolutamente esclarecedor.

Adopción y matrimonio.

Así las cosas, me parece que en términos de la regulación legal, habría que poner muchísima más atención en la estabilidad familiar y la idoneidad psicológica de los padres adoptivos que en su identidad de género. Me parece perfectamente posible que una pareja homosexual que considera seriamente su rol de padres frente a su hijo y a la sociedad, pueda representar para el niño simbólica y eficazmente los roles que le permiten configurar su identidad. En consecuencia, creo que no hay ninguna razón consistente para evitar que chilenos del mismo sexo contraigan matrimonio civil en condiciones equivalentes a las de las parejas heterosexuales, sin olvidar que hay parejas homosexuales y heterosexuales que eventualmente no se constituyen como cónyuges para procrear y que merecen ser reconocidas por la ley.

Creo que más aún, se abre para nuestra iglesia católica -recia defensora de reservar la palabra “matrimonio” para nosotros los heterosexuales- un tiempo de preguntas serias respecto a su magisterio que aunque no condena a la persona, reprocha la “conducta homosexual”, culpabilizando injustamente una identidad de género. También en este aspecto el senador Larraín, los obispos Fernando Chomalí y Felipe Bacarrezza, y por supuesto, nuestra amiga María Teresa, deberían ser más cuidadosos. Cuidadosos con el lenguaje y fieles al evangelio, para usar su aparición en los medios de comunicación para acoger y acompañar, y no para excluir.

Usted, no se confunda.

 
Referencias
1. Chomali F, Carrasco MA, Ferrer MM, Johnson P, Schnake C (2008) Algunas consideraciones para el debate actual acerca de la homosexualidad. :1–60
2. Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health (2002) Coparent or second-parent adoption by same-sex parents. Pediatrics 109:339–340
3. Martín-Ancel A (2002) Adoption by same-sex parents. Pediatrics 110:419–20; author reply 420
4. Perrin EC, Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health (2002) Technical report: coparent or second-parent adoption by same-sex parents.
5. Van Den Aardweg G (1997) Homosexualidad y esperanza: Terapia y curación en la experiencia de un psicólogo.