Hay varios ejes en los que se juegan las demandas de los estudiantes en estos días, pero solo una es verdaderamente nueva y sorprendente, con respecto a lo que decíamos el 2006: el lucro en la educación.

Lo que el 2006 no se nos había ocurrido, hoy es una exigencia central de una multitud de estudiantes afuera del ministerio de educación. Otros, desde el mundo liberal, contestan que es legítimo lucrar mientras se asegure calidad. Suena serio. Tampoco yo creo que el lucro sea por definición esta lacra atroz que vemos caricaturizada en pancartas; pero de frentón, es clarísimo que pone el recurso estratégico de la educación en manos de las mismas manos que concentran el poder económico. Y eso es peligroso.

El mayor escándalo en la educación chilena es la distancia sideral que se origina entre los aranceles altos que las familias pagamos por educación superior y la discreta calidad de muchas de las instituciones. Dejando de lado las universidades medianamente caras y medianamente malas, este fenómeno tiene dos extremos: por una parte, universidades públicas, de gran tamaño, relativamente productivas en investigación, que se financian en más de un 80% con recursos atraídos por los estudiantes, sus docentes son relativamente MAL pagados y la infraestructura se cae a pedazos; los aranceles son caros para las condiciones en que los estudiantes se forman, y lo son porque tienen que mover con esos recursos una gran máquina al servicio del país, mientras que la retribución del país es escasa. Por otro lado, universidades para ricos y famosos, pequeñas, fundamentalmente docentes, algunas con alguna penetración en la investigación, con relativamente buena infraestructura y que han atraído a docentes muy diversos con sueldos relativamente buenos; estas universidades les cobran a los estudiantes sumas astronómicas, que si son cubiertas mediante endeudamiento, no es raro que hagan a un estudiante terminar pagando unos 60 millones de pesos en total por una carrera de pregrado a crédito. El primer modelo está en crisis, y esa crisis será definitiva cuando los edificios terminen de caerse. El segundo modelo está en auge para sus dueños, y atrae a la vida profesional y al endeudamiento perpetuo a muchas familias, así que son ellos los que están en crisis y no las universidades. En ambos modelos de universidad, e incluso en otros menos exagerados, los estudiantes terminamos endeudados, ¿pero endeudados para qué?.

Finalmente, por uno u otro camino, terminamos endeudados para acceder a la educación que nos faculte a ejercer nuestra vocación. Otra respuesta posible es que terminamos endeudados para que la universidad o centro de formación técnica acredite nuestra capacidad de hacer determinada pega, necesaria para algún proceso productivo. Cualquiera de los dos argumentos refiere a un derecho esencial y a un recurso estratégico del país, ¿por qué endeudarnos por algo que basicamente debiese estar garantizado? Intuyo una respuesta muy sencilla: porque el sistema estatal no da el ancho, ni en capacidad de gestión, ni en financiamiento disponible hasta ahora, ni en capacidad de generar proyectos educativos diversos.

Dada esa realidad, caben a mi juicio solamente tres intervenciones posibles de parte del Estado:

1. Concentrarse en un par de universidades del Estado, bien gestionadas y con recursos frescos, con énfasis en materias de interés del país, capaces de competir y en TAN buen pie, que sean una referencia para toda institución educativa. Si el Estado no puede sostener y gestionar la mejor universidad posible y ofrecérsela a los mejores estudiantes del país, es hora de hacer cambios profundos.

2. Facilitar el ingreso de actores privados a la educación que no persigan lucro. Es decir, organizaciones con un proyecto educativo peculiar que explicite la naturaleza de su aporte al mundo público, que concursen por recursos estatales para su infraestructura proporcionales al arancel que cobran, y que estén obligadas -igual que las del Estado- a reinvertir todos sus excedentes en la misma universidad. Suena, al menos, un poco absurdo que instituciones privadas concursen por recursos del Estado y con esa ayuda generen excedentes que van a la repartija entre sus dueños, o son invertidas en sus negocios paralelos. Sobre todo cuando eso implica que el beneficio estatal termina desviándose desde los estudiantes más pobres, a los bolsillos más acaudalados.

3. Fortalecer el sistema unificado de becas y financiamiento, condicionarlo a la calidad de las instituciones de destino del estudiante y a su acreditación, que deberá ser más seria y exigente. Las becas deberían ser suficientes para financiar a todos los estudiantes de más bajos ingresos que accedan a las universidades estatales y a un buen número de los que opten por las otras.

Intuyo que solamente estas tres medidas emprendidas en forma conjunta podrían ser capaces de potenciar una educación diversa, de calidad, con sus prioridades puestas en el país y no en lo bueno del negocio. Mientras haya quienes entren al “mercado de las universidades” con la posibilidad de lucrar, habrá estímulos perversos para la interpretación de la ley en favor de generar más diferencia entre lo que el estudiante paga y lo que a la universidad le cuesta formarlo.

Podrán decir que ese juego es característico del mercado. Pero es que la educación es un recurso demasiado estratégico, donde el país se juega muchísimo, como para seguir con malabares y eufemismos. Una reforma así es carísima, pero no veo de qué otro modo podríamos convertirnos en el país que anhelamos ser frente a la OCDE y otras pantallas.

No es que el lucro sea en sí mismo una lacra; ni siquiera me parece tan transversalmente terrible la idea de los “fines de lucro”, ese deseo erotizado de hacerse millonario… pero la EDUCACIÓN es sensible, estratégica y un derecho humano. Podemos tolerar esos juegos de poder y dinero en otros ámbitos de la sociedad, pero si queremos pasar del kinder (o del NT-2), vamos a tener que dejarnos de jugar con las redes sociales y con las mesitas de diálogo y sentarnos a hacer una propuesta radical, aunque deje afuera a los amigotes del club de yates. No hay otra.