Me sorprendió mucho anoche la columna de Rodrigo Guendelman en El Dínamo (“Cuanto más quiero a mi hija, más entiendo el aborto”). Primero, por su honestidad al hablar de un tema complejo desde su propia experiencia y afectos. Mal que mal, su columna es ante todo testimonial, mucho más que racional.

Pero discrepo desde el fondo. La lógica que instala se desliga de la valoración de la vida en libertad, para decir desde lo emocional que “es mejor matar a alguien que arriesgarlo a una vida de mierda”. De paso, se arroga la autoridad de decidir bajo qué condiciones hipotéticas alguien vivirá una vida de mierda, y peor aún, limita definitivamente la posibilidad de decidir libremente sobre la propia vida.
Es la lógica del suicida, que decide que su libertad ya no le sirve para reparar el dolor que experimenta y mejor se mata. Y perdón si estrujo un poco la idea, pero con esa misma lógica uno podría eliminar a todos los miserables, pobres y vulnerables para protegerlos del sufrimiento. Cambiarles el sufrimiento largo por uno corto, pero más que eso un sufrimiento corto sin opción de sanar, ni de elegir. No estoy seguro de que alguien quisiera cargar con la responsabilidad de adivinar probabilísticamente cuáles vidas no “valen la pena” ser vividas.

Es el momento de que a ambos lados de la discusión nos preguntemos “para qué aborto”, porque si va a venir a reemplazar nuestro esfuerzo por asegurar libertad, si va a ser el parche con el que ahorremos sufrimiento cuando todavía no duele tanto (porque la guagua es chica y todavía no habla), si va a ser la manera como aceptemos que no nos podemos hacer cargo de nuestros niños; entonces ni cagando.

Los huérfanos que no son adoptados se convierten en ciudadanos frágiles, discriminados y arriesgan sufrir largamente toda su vida. Pero matarlos antes de vivir fuera de sus madres es la forma más cobarde de discriminación, es la aceptación definitiva de que nada podemos hacer para proteger a los más vulnerables.

Y yo creo que sí podemos. No por los fetos que se salvan de la mano abortiva, sino por los niños que hoy no son adoptados, por las personas con vidas de mierda. A ellos se los debemos.