Somos un grupo de mujeres y hombres cristianos católicos. Animados por la fe, queremos compartir la experiencia del Evangelio encarnado en Jesús, que es capaz de transformar nuestras relaciones, nuestra vida cotidiana y nuestra sociedad. Es desde esta convicción que escribimos esta Carta.

Como laicas y laicos, insertos en contextos sociales, culturales y laborales diversos, sentimos la necesidad de expresar públicamente nuestra opinión e invitar al diálogo. Desde esta diversidad es que hemos escogido algunos temas que creemos son más relevantes para reflexionar y compartir. La elección de estos no pretende acotar la discusión sino más bien iniciarla, para luego avanzar y profundizar.

Al mirar el país y nuestra iglesia nos desafían especialmente:

1. Las múltiples fracturas sociales que sufre nuestra sociedad. Ellas son una herida abierta que afecta la esencia de nuestra identidad. Existen diversas formas de exclusión que alimentamos todos los días, con políticas de Estado ineficaces y con estilos de vida centrados en el propio bienestar. Nos desafía la profunda estratificación y desigualdad de nuestras ciudades, creemos que el mercado por sí solo no es capaz de generar una convivencia que asegure el acceso justo a las oportunidades, con lo que margina a miles de familias en Chile. Nos duele la poca conciencia y la falta de voluntad pública y privada en los procesos de justicia y equidad.
2. La desigualdad de nuestro sistema educativo y el poco diálogo respecto al rol de la educación y sobre qué entendemos por calidad educativa. A través de nuestras escuelas debiésemos asegurar el máximo desarrollo integral de las potencialidades de todas las personas. Luchamos por una educación donde la calidad y la equidad sean inseparables, que sea un medio estratégico para el cambio social. Jesús nos invita a la construcción, entre todos y todas, de una sociedad que no sepa de diferencias de clase social y esto debe concretarse en una escuela.
3. La necesidad de comprender el valor de nuestra diversidad, en consonancia con Dios que es Uno y Trino. A los pueblos originarios, con quienes compartimos tierra y tiempo en la historia, les pedimos perdón por tantos años de tan ligera y efímera preocupación, de indiferencia y abuso reiterado. Quisiéramos encontrar en conjunto caminos de reconocimiento de derechos colectivos y de aportar a la cultura desde un intercambio enriquecedor y continuo.
4. La realidad de los inmigrantes en nuestro país. Quisiéramos que sintieran esta tierra como su tierra y a sus habitantes, como sus hermanos. Que juntos, chilenos y extranjeros, trabajemos para lograr una sociedad más justa y humana. Queremos expresar nuestra vergüenza social por todas las veces que se han sentido rechazados o discriminados por su origen o procedencia. Como sociedad, y tras doscientos años de independencia, no hemos sabido entender ni encarnar con coherencia lo positivo de la interculturalidad. Somos un país joven, tenemos mucho que aprender en este sentido y, para este desafío, contamos con ustedes.
5. El trato que damos a quienes han cometido delito y las condiciones de vida de quienes se encuentran en las cárceles. Creemos firmemente que el problema no es sólo de algunos sino que nos atañe a todos quienes convivimos en sociedad. Las desigualdades sociales y la brecha económica se agudizan entre nosotros y nos hacen cada vez más difícil reconocer en el otro a una persona, un hermano, y no un enemigo. Nos sentimos invitados a transformar nuestras estructuras, haciéndolas más humanas, inclusivas y justas. Queremos encarnar el Evangelio acompañando a quienes se encuentran en las cárceles. Y también demandamos para ellos condiciones de vida dignas que respeten sus derechos humanos. Nos hace falta creer en la rehabilitación y trabajar por ella, buscando especialmente la reinserción social de quienes delinquieron siendo jóvenes.
6. Ciertos aspectos de la actual organización eclesial, sobre todo los referidos al manejo del poder. Nos avergüenzan pues permiten y protegen abusos de diverso tipo (por ejemplo: de conciencia y de carácter sexual). Vemos urgente la necesidad de renovarla. Nos duele en especial el sufrimiento de aquellas personas que han sido víctimas de abusos sexuales por parte de miembros de la jerarquía de la Iglesia. Quisiéramos dar pasos hacia un proceso de mayor participación y transparencia eclesial que permita prevenir futuros abusos y reparar el daño causado.
7. La situación de exclusión que muchos sienten dentro de la Iglesia. Sabemos de la confusión de directrices y criterios pastorales en muchas de nuestras parroquias y comunidades respecto de quienes se han divorciado. Esto dificulta aun más el sentido de pertenencia y las posibilidades de construir comunidad. Conocemos el dolor que conlleva el divorcio. En ningún caso es motivo para ser marginado, todo lo contrario: es lugar y momento para ser acompañado fraternalmente. Reciban nuestra palabra de solidaridad y, desde nuestra vulnerabilidad compartida, los animamos a construir juntos una Iglesia más acogedora y consciente de la propia fragilidad.
8. La falta de aceptación e intolerancia hacia distintas maneras de ser, sentir y hacer. Esto nos ha hecho parte de una historia de exclusión y rechazo hacia quienes consideramos “distintos”. Nuestras hermanas y hermanos homosexuales lo han pasado especialmente mal con esto. Muchas veces nuestros pastores hacen declaraciones que no representan el sentir de toda la Iglesia. Declaraciones que consideramos -a lo menos- poco afortunadas. A ellas se suman las de hombres y mujeres laicos hechas sin considerar el dolor que suponen sus palabras y actitudes. Caemos en ofensas que agravan las dificultades para desenvolverse en nuestra sociedad y el prejuicio con el que otros les ven. Quisiéramos iniciar un proceso de acercamiento y abrir un diálogo sobre sus deseos y peticiones.
9. El distanciamiento respecto a quienes profesan otras creencias religiosas: judíos, cristianos evangélicos pentecostales, luteranos, musulmanes, protestantes, budistas, etc. Y también con quienes se declaran ateos o agnósticos. Es necesario profundizar el diálogo y la acogida mutua, con más cariño y apertura -sin excluir a nadie- para construir juntos una sociedad en la que todos nos sintamos cómodos, representados de alguna forma y donde nadie se imponga mediante el poder o la fuerza.

Como laicos hemos vivido distintos modos de ser Iglesia, algunos lamentablemente centrados en el poder autoritario, el miedo y la culpa. Sin embargo, también hemos tenido la fortuna de experimentar la pertenencia a una Iglesia en camino de aprendizaje y renovación, que no teme ni recrimina las diversas búsquedas espirituales, de trascendencia y autoconocimiento que son propias del ser humano y que se dan dentro y fuera de ella. Esto nos anima a ser Iglesia con otros, desde la libertad y agradeciendo ser hijos e hijas amados por Dios.
Queremos compartir con ustedes qué significa para nosotros ser Iglesia, extendiendo una invitación a todo hombre y mujer que se identifique con esta Carta para que haga propias estas palabras.

Buscamos:

1. Vivir la vocación laical, por medio del seguimiento de Cristo, aceptando su invitación a vivir y construir el Reino de Dios en la tierra y llamando a otros a hacerse parte. No hay alegría más grande que descubrir la persona de Jesucristo y la constante novedad de su mensaje. El Evangelio nos interpela, es una buena noticia en la vida de cada uno y de cada una.
2. La gratuidad como camino de entrega a los demás y las bienaventuranzas como criterios de vida. Creemos que al ser honestos recipientes de lo que el Evangelio propone nos transformamos en medios para transmitir la buena nueva que Jesús trajo al mundo. Creemos en una fe adulta, que no teme cuestionarse y llenarse de preguntas para responderlas con cariño y paciencia.
3. Que el Evangelio sea el camino para construir una sociedad como Cristo la soñó y nosotros la queremos: justa, cariñosa, participativa y sustentable; no imponiéndola, sino deseándola y trabajando por ella. Es por eso que apostamos por políticas públicas y estilos de vida que promuevan la integración de nuestros barrios y de los espacios públicos y que velen por condiciones de vida dignas para todos.
4. Gozar de lo comunitario. En la comunidad habita el espíritu de Cristo y se forja el Reino de Dios. Promovemos relaciones humanas comunitarias, espacios donde hacernos vulnerables sin miedo y donde poder compartir la vida, crecer con otros y construir un mundo más humano. La creación no ocurrió una sola vez hace miles de años, la creación es responsabilidad de todos y nos pertenece a todos. Tenemos el deber de crear lo mejor, lo más bello, lo más justo y lo más solidario. Esta creación debe tener un sello comunitario y una escala humana. Se lo merecen quienes vendrán luego.
5. Acompañar a quienes sufren es una prioridad de nuestra misión. Desde el dolor experimentado por Cristo en la incomprensión, la persecución, la pobreza y la exclusión del sistema religioso y social en el que vivió es que podemos transmitir entendimiento y esperanza, porque creemos que la resurrección tiene la última palabra.
6. Luchar con mayor fuerza y determinación contra las causas de la exclusión y el dolor. Los que sufren por causa de otros no pueden seguir esperando. Como Iglesia debemos proponer formas de cambio y desarrollo social y, al mismo tiempo, estar atentos a denunciar toda forma de exclusión.
7. Agradecer la sexualidad, que es un regalo de Dios, y vivirla con madurez y discernimiento. Cada pareja -para disfrutar su vida sexual- debe poder usar la libertad y el amor como criterios para decidir. Agradecemos a la ciencia por proporcionarnos métodos que nos permiten manifestarnos el amor de manera más libre y responsable.
8. Hacer de la familia un lugar privilegiado para el crecimiento en la fe y la vivencia del amor, en particular hacia los más vulnerables. Creemos en la familia, en las diferentes formas que pueda tomar, como un espacio donde somos desafiados a vivir la gratuidad y la generosidad y donde nos hacemos más humanos.
9. Una Iglesia acogedora, que invite a todos y todas a renovarla. Una Iglesia participativa, desde las bases, que se construye en todos los lugares, trasciende el templo y cruza fronteras. Una Iglesia jerárquica menos monárquica y más democrática, con mayor participación laical.
10. Una Iglesia con un mayor protagonismo de las mujeres en la toma de decisiones estructurales, en las directrices pastorales, en los pronunciamientos públicos y en su conducción. Creemos que en estos aspectos se ha perdido y ocultado la mirada femenina y su riqueza, aún cuando todos hemos sido testigos de la presencia fiel de muchas mujeres que han tenido un protagonismo silente. Sin embargo, han sido ellas las que han sostenido, alimentado y fortalecido las comunidades eclesiales por medio del testimonio, la catequesis, el liderazgo en los consejos parroquiales y las acciones apostólicas.

Experimentamos la dicha de ser cristianos y cristianas y la alegría de transmitir esa dicha. Acogemos la invitación que Jesús nos hace a seguirlo gratuitamente y a entregarnos a los demás para encontrar la felicidad. Profesamos un “optimismo insatisfecho”: optimismo porque creemos en el ser humano, así como Jesús creyó en el Hombre y la Mujer y en sus posibilidades de transformación, pero insatisfecho porque hay muchos entre nosotros y nosotras que sufren injusticias y viven con dolor.

Esperamos que esta Carta sea bien acogida. Nos mueve la esperanza de abrir espacios de diálogo para construir una sociedad más humana y para renovar la invitación a ser iglesia, desde el profundo amor que sentimos por ella.

Redactada en Santiago de Chile, marzo de 2011.
Iglesia entre Todos