Lo metafórico no ocurre en la producción de lenguaje comunicativo, ocurre en la interpretación.

Es decir, ocurre también SIEMPRE que comunicamos ideas en el lenguaje, pero ese no es su debut. Antes de producir cualquier metáfora hemos entendido (inteligido) la cosa misma como metáfora, hemos asignado valor simbólico a algo pre-lingüístico.

Venía yo en bicicleta por el parque Bustamante, un poco antes de las 10AM, quizás un poco después. Alternaba miradas al piso ripiado del camino, al pasto de los lados, a la calle que cruzaría, al semáforo de la esquina. Surgió de pronto entre las imágenes ya vistas, una que probablemente ya venía surgiendo pero que yo no había notado. Digamos que emergió a unos 10 metros de mí un trabajador, de unos 60 años, con menos dientes que los 32 habituales, vestido con el hábito naranjo de quienes barren las calles o los parques. Empuñaba un rastrillo de largo inusitado, con los alambres hacia el cielo. Enérgico el paso y actitud pastoril.

Ahora que trato de formularlo, creo que lo que pensé fue algo como “he ahí al verdadero pastor”, o “los obreros, pobres a pesar de su esfuerzo, son nuestros verdaderos pastores”. Pero la verdad es que en ese momento no articulé ni una palabra, no dije nada, no le puse texto. Sonreí como quien de pronto ve.
Epifanía le dicen.

Pero inmediatamente después usé el lenguaje para registrar en mi frágil memoria la “mostración”, el símbolo eficaz que acababa de provocarme entendimiento de un mensaje hondo, la idea de que incluso lo que surge sin palabras muestra una realidad más allá de si mismo y pensé con estas mismas palabras: “Lo metafórico no ocurre en la producción de lenguaje comunicativo, ocurre en la interpretación”.

Antes, mucho antes de que existan las palabras correctas y ordenadas para decirnos a nosotros mismos qué hemos visto, hay una hermenéutica de metáforas en tiempo real, en silencio, más simple y elegante que nuestras precarias palabras. Y el mundo va surgiendo delante de nosotros como si se encendiera la luz.

Wena.