Como católico observo escandalizado y adolorido los casos de pederastia y otros abusos sexuales perpetrados por sacerdotes de nuestra iglesia. No me avergüenzo, porque la vergüenza hace referencia a uno; más bien me duelo, con un dolor que es colectivo y empático con quienes han pasado por episodios que difícilmente podrán borrar de sus vidas.

A mi juicio humilde y subjetivo, habría que tener en cuenta algunos de los siguientes puntos:

1. Es peligroso negarse a la realidad. Una denuncia es un alegato que puede ser verdadero, y sin importar cuánto afecto le tengamos a algún cura acusado, resulta torpe negar a todo evento la verdad que sostienen los acusadores. Puede que tal o cual cura sea inocente, y eso deberán aclararlo las investigaciones, pero no por el afecto que le tengamos o lo intransigentes que seamos en defenderlo, sino por el puro peso de la verdad. Cuando Andrés y otros miembros del episcopado se alinean con Fernando Karadima ponen en una situación muy violenta a las víctimas y eventualmente les hacen mucho daño. El caso más extremo es el encubrimiento y de simplemente destinar al acusado a una misión en otro sitio para protegerlo, poniendo en eventual riesgo a aún más personas: el encubrimiento es probablemente una de las aristas más indignantes y es completamente inaceptable.

2. La presunción de inocencia es una garantía que no podemos negarle a nadie, sin importar cuán indignante sea la acusación. Es muy fácil destrozar a alguien por la prensa antes de que los tribunales den su veredicto y muy difícil retractarse con la misma fuerza. También me indigna quienes festinan pateando en el suelo a un investigado.

3. Más allá de las torpezas, las lentitudes y las negligencias, hoy parece claro que las autoridades del clero diocesano están dispuestas a investigarlo todo, a pedir perdón y a ponerse del lado de las víctimas. Si bien el cardenal Errázuriz ha sido algo tardío en hacer gestos claros al respecto, monseñor Goic ha contribuido a expresar claramente la indignación y escándalo con que la Conferencia Episcopal recibe la noticia de los casos de abuso sexual. Contrariamente a lo que ha aparecido en la prensa, las declaraciones de Benedicto XVI hacen pensar en la misma indignación, con palabras ciertamente muy (quizás demasiado) moderadas.

4. El código canónico y la manera como este se relaciona con la legislación chilena hace inviable traspasar información de las investigaciones del tribunal eclesial a los tribunales civiles. Lamentablemente, los únicos que pueden hacerse parte en las denuncias de abusos en la iglesia son las víctimas o testigos, por tratarse de un ámbito de acción privada. Solamente en los casos en que los delitos hayan ocurrido en instituciones educativas o de trabajo con niños, dichas instituciones y eventualmente la iglesia pueden hacerse parte en las denuncias. Sin embargo, me deja muy inquieto una aparente falta de iniciativa de parte de la iglesia para ofrecer asesoría y apoyo para que las víctimas lleven los casos a la justicia civil, o por ejemplo para poner a disposición de Carabineros los testimonios que pudiesen constituir medios de prueba en un eventual proceso de la justicia civil. Si bien la ley chilena no permite un flujo directo de información entre tribunales eclesiásticos y civiles, me confunde la falta de creatividad del clero para acoger las necesidades de justicia de las víctimas.

5. En este momento de la historia de la iglesia y frente a estas circunstancias aparecen muchos temas estructurales pendientes. Por ejemplo, llama la atención que todos estos temas TAN importantes para TODA la iglesia, sean resueltos solamente por miembros del clero y el episcopado, ¿qué rol deberíamos/podríamos cumplir los laicos en el gobierno y administración de nuestra iglesia? Aparecen asimismo las debilidades del código canónico y su relación con la legislación de los países, uno se pregunta, ¿cómo funciona la legislación pontificia?, ¿cómo participa la iglesia entera, el pueblo de Dios, de sus trámites legislativos? Preocupa la imagen de una iglesia muy vertical y monárquica, mucho más que comunitaria según inspira el espíritu de sus raíces.

6. Hay mucho que hacer en la formación afectiva de nuestras familias, para cortar los abusos de raíz, para criar sexualidades sanas e integradas, para que los curas y los laicos vivamos nuestras diversas vocaciones desde un amor que aprendemos a vivir en nuestras familias. Como reflexionaba la Ber el otro día, todos los abusadores son primero hijos de alguien, hermanos de alguien, amigos de alguien que podría haber contribuido con mucho o poco a que creciera en libertad e integridad de sus afectos. Tendremos el país que nuestras familias pueblen.

7. Habría que pensar en que hay personas enfermas que cometen atrocidades. Es importante decidir si nos vamos a poner colorados y los vamos a reventar, o vamos a buscar también para ellos la plenitud humana. Mire que tenemos mucho que aprender también de la misericordia del Buen Pastor, que no se anda poniendo rojo por la calidad de sus ovejas, sino que persigue para TODAS ellas los mejores pastos y la plenitud de la vida