A medida que la política y la economía se vuelven cifras yo más pienso en los ojos de los pobres, en esos ojos rojos que siempre tienen y que yo siempre les miro con insistencia, porque mirar sus ojos es ver una huevá distinta a todo lo demás, a todo lo que sale y no-sale en la tele. Los miro, una vez más, porque no puedo no mirarlos. Y veo en ellos no a la pobreza, sino a los pobres.

Y si a uno le dicen que la huevá bajó no-sé-qué-porcentaje o subió-menos-que-no-se-cuanto, no vale nada al lado de esos ojos que se me ocurren rojos por no dormir, rojos de tanto llorar, o peor, rojos de tanto no-llorar. Se aguantan las ganas empuñando una escoba envueltos en traje naranjo, encaramados en la obra con el casco amarillo, con el pelo mojado quedándose dormidos en el calor de la tarde y la micro, vendiéndole completos a los vecinos, saliendo de la casa muy temprano para encaminar a la escuela a niños que ya tienen también los ojos rojos.

De manera que cuando se me ponen los ojos rojos de sueño, de llanto, de fiebre o hasta de rabia, aprovecho de mirarme al espejo y de conocer -y memorizar- la pobreza de mi rostro, mi propia mirada de miseria, y entonces me calmo un poco, porque al fin estoy cerca-cerca de los pobres que amo, soy también pobre.

(María no tiene tiempo de alzar los ojos,
María, de alzar los ojos rojos de sueño,
María, rojos de sueño, de andar sufriendo, (…)
María solo trabaja y su trabajo es ajeno
)

Foto: Isil-Ando (isil-ando.deviantart.com)