Como si fuera el club de la serpiente, no ya en un departamento sucio en París, sino en las Cruces, cerca del mar y de Nicanor Parra; aún manteniendo en mente a los reptiles, escogemos inventarnos uno y reconocer al tortudrilo como una inspiración. O como una espiración.

Hay humo, lápices y pintura en el cónclave. Hay conclusiones anotadas en papeles autoadhesivos pegados en la puerta de calle, y finalmente sobre la puerta del baño, como si fuera la pared de una gruta prehistórica, inscribimos con un stencil la figura del suprascripto animal mitológico y mutante, reptil que habrá de motivar sueños y discusiones de ética y evolución, de política y de estética.

Ya estoy de vuelta en Santiago, y os comparto el rostro del tortudrilo.