Uno, araña el espacio que sostiene su cuerpo
como si tratara de escaparse,
de romperse, de irse,
de partir, de olvidarse de los límites (si los hubo o los hay)
Rasguña los andamios,
rasga el amnios que contiene su ser
y rompe en llanto.

Otro, maulla en do sostenido menor
gracias a sus oídos prodigiosos;
reconoce en los ruidos de la calle una música tensa,
a punto de romperse,
y si se rompe, calla (paga), y se queda mudo siempre,
o casi siempre.

Un tercer gato explora las posibles fronteras que tiene el ancho mundo
y va meando las puertas de las casas
que reconoce como sus hogares fiijos o transitorios
y una vez concluída la tarea
va a hacerle compañía a un cuarto gato situado justo en medio
de algo.
Él es un pobre gato paralítico de corazón, enfermo
de depresión endógena y de cálculos
que producen un dolor descomunal al mear
y por eso no tiene hogar alguno.
Sencillamente, guarda ahí en el medio su posición estática (estratégica)
y acumula dolor
para vencer la puerta de la muerte y matarse.

Cuentan que el que se encuentra simultáneamente con ellos
recibe unas llamadas extrañas y una carta
con cinco pepitas de palta (una encomienda)
y luego muere sin grandes aspavientos,
de viejo, de suicidio,
o de tristeza.